No sé cuando viene. Abre el portón, se cuela por la ventana, o hace un túnel bajo tierra. Y se instala en mi espacio sin yo percatarme de su presencia hasta que lo tengo frente a mis ojos. Dice que se llama Vacío, y por mucho que intento echarlo de casa, cuando llega es para quedarse hasta que quiere. Se mete en la sangre, inyectado en vena, y me cambia por completo.
Es entonces que, cuando estoy en la cama, aparece de abajo un caballero, que se enfrenta a aquel indeseado intruso, pero no logra nunca derrotarlo del todo, aunque al menos consigue que, durante un lapsus de tiempo, ese abominable ser vuelva a las fauces de la Tierra, a su hogar de las tinieblas.
Es entonces cuando me pregunto si mis escudos son ineficaces contra ciertas emociones, y, mientras me cuestiono esto, abandono el jarrón que sostengo sobre mis manos, y me tumbo junto con aquel número errante en la cama.
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