Me gusta pensar que la vida actúa como una justicia abstracta, que reparte de manera indistinta el dolor y la felicidad. Que intenta de alguna manera equilibrar la balanza que rige nuestras acciones. De alguna manera he encontrado el equilibrio, a lo largo de los años, montado en montañas rusas, escalando montañas nevadas y lanzándome con los esquíes hasta abajo. Pero normalmente no había una disputa, era como un bipartidismo, una alternancia de poderes entre las facciones de la alegría y el dolor, junto con otras emociones más potentes, que duraban menos.
Y lanzo la moneda al aire, una moneda en la que solo caben las caras de un diablo y un ángel, nada de cara o cruz, pues aunque no se pierde la aleatoriedad, sí que cambia el factor suerte. Entonces miras el resultado y sale tu cara. Seguro que sabes lo que ha salido, pero de todas formas, solo puedo decir que la línea comienza a ascender más rápido de lo esperado, y que esto, el único inconveniente que tiene es que, cuanto más alto suba, más fuerte será la caída. A menos que estés allí para recogerme.
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