Las caprichosas nubes del sueño me envuelven, y entonces me convierto en un niño pequeño que juega en un parque de la ciudad. Me pongo a gritar mientras corro con los brazos extendidos, y, de repente, una niña que hay cerca de mí me dice que me calle. "No me grites", dice. Me detengo a unos palmos de ella.
- No te estaba gritando...- Musité.
Como no parecía convencida, le di un abrazo.
- Tonto.- Murmuró.
Me cogió de la mano y me llevó al tobogán. Pero al llegar al suelo ya no estaba en el parque, sino nadando en un estanque. Era el atardecer, y alrededor mía había nenúfares flotando. En la orilla, los juncos danzaban horizontalmente. No era muy grande el espacio, y el agua estaba algo fría. De mi mano seguía teniendo a aquella muchacha, pero me percaté de que ambos habíamos crecido. Tenía el pelo mojado, largo, y se le quedaba flotando sobre el agua. Me miraba sonriente, en silencio, como esperando a que hiciera algo. Nos quedamos así, largo rato, y fue entonces que ella se acercó y me acarició el pelo y los brazos. Empecé a sentir calor a pesar de la temperatura del estanque. Me acerqué al cabo de un rato, y, tras darle un beso en su húmeda mejilla, le mordisqueé dulcemente en el hombro. Fue entonces que me apartó y me dijo: "No me ciega la luz rápida del rayo, sino la pausada y tranquila respiración que exhalas en mi oído".
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