No quieres saber lo que se esconde detrás de las palabras que dibujan la tarde, y es normal. No quieres conocer ni tampoco pringarte las manos con algo que te es ajeno, aunque estés metida de lleno. ¿Cómo puede ser que quieran manchar sonrisas? ¿Cómo es posible que quieran amurallar el gozo? No, claro que no, por eso no pisas los charcos aunque te lleguen por el cuello.
Seguirás diciendo lo hermosa que es la paz que hemos construido, ese cuento infantil mal escrito, mientras las balas te rozan la cara. Ninguna moraleja al final, ningún consejo, porque, ¿qué enseñanza puede dar algo que nunca está mal?
No importa, ¿verdad? Que tu propia mentira fagocite la verdad. Y qué más da, que todo explote, si para ti nada cambiará.
No hay comentarios:
Publicar un comentario