En el fondo de la caverna roja un insecto golpea sobre la frágil pared. Nada consigue matarlo, y por las demás salidas solo se vierte sangre. La voz sale cambiada, débil, no se propaga como debería porque es retenida por afiladas cuchillas en su intento por subir hacia arriba, en el centro de la cueva.
Tampoco pudieron salvar mi hogar los consejos de una paladín de los colores, haciendo mezclas agridulces con sus idas y venidas. Me quedo aquí, sentado, mientras observo los muebles arder, tomándome una taza de café, frío, que desgarre las aberturas. No espero a ningún bombero, porque nada puede salvar ninguna cosa buena de las cenizas. Quizá, al fondo, un dibujo aún por empezar, donde solo la mitad de mí se consume y la otra se sube a la barca del olvido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario