La muerte no es un esqueleto con túnica y capucha de color negro, portando una guadaña. Es la sorpresa y la certidumbre. La sonrisa extraña de una persona llena de vida a la que se le cortan los hilos que le sujetaban al resto de títeres. Es un día que se antoja normal y de repente se trastoca, como 'clic' en un interruptor. Un caos en las oficinas de la rutina. Una flor que se marchita en las salas de la sonrisa.
Aumentan los caudales de agua salada en los ríos, se desbordan, como un ejército de personas desconocidas entre sí que van a saludarse, y se dirigen al mismo lugar. Cenizas y sombras. Te arrancan de tu alrededor ramas del árbol al que estás acostumbrado ver, y el paisaje se trastoca. Es algo natural: Sabes que pasa. Que debe pasar. Pero, aún así, nunca piensas que te vaya a tocar a ti. Que la muerte es un mensajero que pulula por tu alrededor, y que tú no recibes sus cartas.
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