Soy un mal trapecista colgando sobre la cuerda que hay entre dos rascacielos. Camino, con torpeza, sin mirar abajo. Porque si mirase abajo me quedaría paralizado, y muy posiblemente caería. Y es que no sé por qué intento hacer esto si no sé mantener el equilibrio. Es posible que los objetivos que se forman no se correspondan con la realidad, y se crea la eterna burbuja que me atrapa. Se materializa tanto miedo que ya, ante lo que ocurre, ante la frustración, la opción que se alza es dibujar ese mundo entre líneas. Lo bueno de la mente es poder crear cualquier situación que normalmente no te dejarían vivir. Y también las que sí. Ya sea una novela, un texto o un poema. Puedo desnudar a alguien que no quiere sin que me pase nada. Porque en realidad no ocurre el acto. No se materializa de forma concreta. Puede parecer que no es suficiente, pero, ¿qué otras opciones quedan? Solo los sueños. Y es complejo poder controlarlos o decidir qué soñar. Y, aún haciéndolo, no se podría realizar todo lo que gustaría.
La gran pregunta es: ¿Por qué no invertir el proceso?
Que en vez de ser exclusivamente fruto de la imaginación, se produzcan los pasos necesarios en la realidad, y, a partir de ahí, formar las líneas.
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