Sé que las manecillas del reloj son puntiagudas, tal vez porque desgarran el tiempo a cada paso que dan, incesantes, y cuando intentas detenerlas con la mano, éstas te cortan. Una fina herida que de lado a lado de la mano muestra un hilo de sangre que se escurre sobre la impermeabilidad de la piel. Gota a gota, el color rojo va golpeando en el suelo, y las hendiduras de la baldosa se van rellenando poco a poco, como un río espeso y lento que avanza sobre tierra y rocas.
No puedes detener nada, es cierto, la marea ya te arrastra y no puedes volver atrás. Las palabras que no se dicen se apagan en el fondo del mar, como bombillas que estallan en mitad de la noche. Pero, espera, si el ruido es constante, se dañarían tus oídos. Tal vez no escuches mi voz en mitad de la eterna tormenta, y el atolón sobre el que te encuentras solo llama a que saltes al vacío. Un fondo negro sobre el que solo se ven tus propios miedos. Y no es que yo no envíe ondas sonoras hacia tu cabeza, sino que los ríos de color púrpura amordazan mi boca y atan mis manos.
Aún así, podría decir que saltes. Salta. Que aunque la duda muerda, las cuerdas atenacen, el frío paralice, y la oscuridad ponga vendas a los ojos, yo estaré allí abajo para recogerte.
http://youtu.be/TXndFmaZkwQ
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