Un lobo se acerca mordiendo suavemente una piel que se configura ante sus ojos, como si quisiera acariciar con los dientes igual que con sus piernas, pero no lo hace para no arañar los delicados hilos que soportan esa estructura gelatinosa. Es posible que el lobo se enfade si es apartado de su agradable tarea, pues es algo que quería hacer con intensidad, y aunque sea algo venido del cielo, no ha sido fácil para él dar con lo que está visualizando.
Sus instintos se transforman, se vuelven protectores, y a la vez se vuelve manso frente a aquello que acaricia con su pelaje, pero no es la docilidad del vencido, sino que se construye una estructura de reciprocidad entre las dos figuras, y aunque el cansancio domine los ojos y la mente, los lazos se mantienen firmes a lo largo de los días y los meses.
http://youtu.be/OUC8AJ-l_vo
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