Voy vestido con candor y recato, y a los niños con esplendor saludo, pues no hay nada más bello que de Dios sea uno fiel cristiano y plebeyo.
Soy el pastor que guía a su rebaño, por delicados prados de antaño, docto en la palabra de un libro algo manoseado, pero que toda oveja sabe que de Él nos fue dictado.
Yo tengo la inmunidad del cielo, el salvoconducto en la vida terrenal, qué triste consuelo, y mi mente puede romper mi amada doctrina, pues ser feliz quiero, como el pájaro que trina.
No siga usted, mente pura y bien amaestrada, pues esta lectura al corderito le está vedada, y el vino de Cristo transforma a su humilde delegado, volviéndolo un poco transtornado.
Y es que hay algo que el cuerpo no puede dominar, y es al irresistible impulso de amar, pero amar con implicaciones del Maligno, nada puede contra ese poder magno.
Mi cabeza desdibuja las dulces sonrisas, tornándolas en arpías lascivas, y hasta la risa más inocente se vuelve una llamada que por ojo ajeno se mete.
Soy católico como Dios manda, pero en mi reclusión, mi supremo miembro demanda, que el amor sin unión, no tiene ningún perdón, pues hay que transmitir a Dios hasta el fondo del corazón.
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