Las variantes de la mente son tan infinitas como el propio universo. Esto se deduce por ejemplo, cuando, ante un mismo texto, ante una misma descripción, dos personas pueden imaginarse cosas distintas; tal vez no radicalmente distintas, pues conservarán la forma que las palabras dictan, pero sí pueden cambiar entornos, añadir, o incluso desfigurar la idea original que la persona que aporta esas palabras quiere transmitir.
Cogeré para esta ocasión, un texto que no me pertenece a mí, sino a otra person.
"Me encuentro en un castillo medieval, en una habitación de tonos blancos y violetas, con grandes ventanales; la luz es tenue y por la noche se ve el bosque gracias a los antiguos farolillos que hay colgados en los árboles. Las estrellas brillan mientras susurran mi nombre, y me quedo dormida en la mecedora mirando a la luz de la luna."
Cuando terminamos de leer las líneas, el lector sin duda se ha imaginado lo ahí descrito, pero, incluso en mi caso, que puedo poner rostro a la persona que protagoniza esa descripción, hay diferencias en el proceso imaginativo. Es muy difícil hacer que algo que tiene que dibujar la mente mediante palabras, sea igual en la cabeza de todos los que lo leen. Diría que es imposible, a menos que fuese algo muy concreto a lo que se puede poner una imagen vista anteriormente, como puede ser un cuadro o una pintura.
Con todo esto, lo que quiero decir es que, la literatura, al igual que la música, adquiere ese poder mágico precisamente por esta particularidad, porque con un solo mundo que actúa de base, por diminuto que sea, se crean otros muchos que guardan diferencias. ¿El número? Depende de las personas que lo descubran.
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