Es posible que no consiga resolver la ecuación que rige mi vida, nunca fui un buen matemático. Siempre me pareció algo estático, ortodoxo, que no ofrece salidas ni puertas traseras. La exactitud de los números. Es cierto que muchas cosas dependen de eso, pero no termina de encajar con mi forma de ser. Frente a ese poder inmutable, yo esgrimo la constante del error, la belleza de la imperfección, la racionalidad cogida de la mano con los sentimientos; distintos, sí, pero no incompatibles.
Yo le canto al poder de la palabra, aunque admiro la precisión del número. Pero hay cosas que los números no pueden hacer, como conseguir que la mente saque a relucir emociones internas, a menos que esos números estén relacionados con las palabras, como puede ser el 69, un número familiar para todo aquel que haya oído alguna vez de la existencia del kamasutra. Yo siempre quise leerlo, y a la vez ponerlo en práctica, por eso no he pasado de la primera página.
El caso es que, mediante el uso de las letras, previamente ordenadas, se puede conseguir derribar barreras mentales, provocar química dentro del cuerpo, similar a las drogas. Se crea así una dependencia a algo sano, provechoso y agradable, mientras que el número, aunque permite formar las drogas, que causan sensaciones magníficas en primera instancia, no puede lograr eso sin destrozar la composición natural del cuerpo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario