Dos gallos de pelea, cada uno en un rincón, sin ganas de dar guerra. La sonrisa cansada, frente a un golpe que recorre el cuerpo como un eco. Dudas que juegan al ajedrez, en un tablero que poco se parece al de la cordura, donde los reyes matan a sus reinas y se hacen seppuku.
No sé adonde lleva todo, ni siquiera aparece nada claro. Quizá deba desandar los pasos equivocados. Quizá deba empezar a hacer algo antes de que suba la marea y me coja aquí, desprevenido. No hacer nada también es un acto, pero que no aporta ninguna cosa satisfactoria.
¿Se pueden borrar las marcas que dejamos en los muros arruinados?
Yo creo no.
No hay comentarios:
Publicar un comentario