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lunes, 13 de abril de 2015

Sal

De nada sirvió darle la mano al silencio que tú misma me diste. Resignado, las estrechamos, como dos educados enemigos que no tienen más remedio que convivir juntos. Asentí con la cabeza, y, con un saludo, me marché. Él se vino conmigo, claro, ¿con quién iba a marcharse entonces?

Y, justo cuando ya nos llevamos bien, hasta el punto de olvidar las viejas rencillas, apareces tú de la mano del caos, y me apartas de mi compañero. Quizá entendí alguna de las palabras que dijiste, no lo sé. Fue extraño. ¿Qué sentido tiene aparecer ahora?

Ya enterraste en una fosa a medio hacer todas las palabras que pude formar para alejar al silencio, y tú te encargaste de dar la orden que abrió fuego. Entonces, ¿qué haces aquí ahora? Llevas en tu mejilla la sangre de los vencidos, donde el carmín se vuelve pálido, y tu sonrisa recrea monstruos ya desaparecidos.

Lárgate, márchate. No está bien dispararme en la pierna para luego salir corriendo y pedir que te siga. No le veo la lógica.

La sal no es lo mejor para las heridas, deberías saberlo.

2 comentarios:

  1. Quizás sí lo sea; es el único modo de recordarte lo que ya no eres.

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  2. Bueno, depende, a mí modo de ver, más que lo que ya no soy, recuerda más lo que soy, pero que había querido olvidar jajaja

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