Hace tiempo que esto se convirtió un monólogo, donde las palabras se perdían igual que ondas en el agua. Las sillas vacías, ¿por qué seguir? Hablo de cosas que nadie entiende, cosas que no pueden ser apenas arañadas por la dureza de su coraza. Todos vemos lo mismo, pero de forma distinta.
Solo se escucha el aplauso que doy cuando hago una pausa entre acto y acto. Un triste plas, plas, que resuena por toda la sala, donde antes se sentaban un par de personas ante la curiosidad del esperpento que estaban a punto de ver.
¿Por qué seguir? La boca seca, las ganas, muertas. Nadie actuando conmigo. Nadie en el escenario, escuchando la voz que sale de mis labios, distorsionada, retumbante, igual que un loco con un amigo imaginario, solo que yo sé que no hay nada ahí.
¿Por qué seguir? Espera, no me lo digas. Porque si no sigo yo, ninguna persona más lo hará. Lo sé. No caminarán tus pasos. No respirarán la misma atmósfera viciada. No recibirán las mismas puñaladas, ni tendrán las mismas cicatrices.
Hay que seguir. Porque aunque estas palabras se pierdan entre un público que nunca ha existido, y el olvido las atrape nada más nacer, tienen una razón de ser.
La de seguir creciendo.
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