El odio es un chute de energía que inyecta en sangre los ojos, y bloquea cualquier cosa que se pueda pensar. Igual que un borracho, el que vive con el odio, está incapacitado para reflexionar. Solo lo mueve un afán de destrucción hacia lo odiado, y en ese camino, no importará morir matando.
Así pensaba Martín, sentado en la ribera del río, mientras observaba las tranquilas aguas que de vez en cuando arrastraban basura. A él se le hacía raro eso de odiar a alguien, aunque intentaba comprenderlo.
Todo su ser emanaba amor. Hacia la naturaleza, por eso se sentía triste al ver pasar ante su mirada una bolsa de plástico o una compresa. Hacia las personas, por eso aguantaba hasta al macarra que se metía con él todos los días, ya que la forma más intensa de la ignorancia es el uso de la fuerza contra el más débil, lo compadecía, y le dejaba hacer.
También amaba la inculturalidad que apresaba a la gente que veía, pues cada uno es dueño de sus actos, y esos pasos los habían tomado ellos, a costa de un pensamiento crítico. Y, por supuesto, amaba la soledad a la que le habían relegado por ser distinto, pues todos eligen a las personas con las que andar en la vida, y respetaba que él no fuese una de ellas.
Lo que Martín no sabía, era que, su forma de pensar, era, sin duda la de un loco. Por sus venas corría la locura a todo tren, y, al igual que el odio, ejercía sobre él esa particular característica de impedir otro pensamiento ajeno.
No respiraba la locura por sus hechos, sino porque por su cabeza pasó el férreo convencimiento de que las cosas están bien así, y hay que amarlas y respetarlas tal y como son.
Martín, a pesar de encontrarse en medio de aquella incertidumbre, alejado de todo y de todos, no quería esforzarse por cambiar nada. Era igual que el río en el que depositaban la basura. El río tiene excusa porque no es un ente pensante, pero Martín no. Él aceptaba todo tal y como venía.
Y eso, eso sí que es una locura.
Para Mary
Palabras clave: Amor, odio, locura.
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