- Quiero
dejártelo claro, Juan. Hace tiempo que deseo estar con María. Nos
conocemos desde hace mucho, y creo que yo puedo darle esa estabilidad
que necesita. Tú... En cambio... No podrías. Eres, me temo, otra
aventura suya.
- ¿Qué
te hace pensar eso? - Contestó Juan, con los puños crispados,
manteniendo la calma.- ¿Por qué no ibas a ser tú esa aventura? ¿No
es acaso ella la que duerme conmigo y la que hace conmigo las cosas
que no hará contigo?
- Es
sencillo. Tú no eres más que una máquina. Te crearon para hacer
tareas, quizá para hacer felices a los humanos, pero nada más. Tú
no puedes sentir amor, Juan, no la amas. Tus lágrimas son vacuas, al
igual que tus gestos sentimentales. Se te ha codificado para que
actúes dependiendo de las situaciones, pero aquellas cosas que crees
que son emociones, no son sino paquetes de información. Eso que
sientes cuando estás con ella no es sino algo predeterminado, no es
algo espontáneo ni natural.
Al igual
que el carnicero que ni siente ni padece cuando despieza al animal
cazado, así eres tú. Y así serás. Tus venas son cables, y tu
sangre son electrones. Eso que late en el centro de tu cuerpo, es un
núcleo engrasado, que permite tus movimientos. ¿De verdad piensas
que ella podría ser feliz con alguien como tú? Envejecerá y te
verá igual que el primer día, impoluto, brillante, inmutable al
paso de los años. Y entonces, entonces se dará cuenta de que ya es
demasiado tarde para echarse atrás, y tú recordarás estas
palabras. Pero aún puedes evitarlo. - Observó Miguel.
- De
acuerdo.- Se limitó a decir Juan.
- ¿Lo
harás entonces? - Inquirió Miguel.
- No lo
sé. Lo pensaré.
Silencio.
El
androide se encontraba en otro lugar. Datos que iban y venían en su
electrónico cerebro de cristal. Besos, risas, y uniones íntimas que
se reflejaban en el cielo. Llantos, gritos y enfados. Vacío. Estaba
vacío. Todas esas cosas eran mentira. Un carnicero. Un iceberg que
solo muestra la punta de su verdadera frialdad. ¿Qué era real? ¿Qué
cosas no lo eran? Lo que había sentido María sí lo era. Lo suyo
no. ¿Por qué lo habían creado? ¿Cuál era su fin en el mundo?
Permanecía sin ser, un trozo de hierro que deambula entre la vida.
Quería llorar, pero le acababan de decir que eso también era una
mentira. Como todo él.
Salió
de su ensimismamiento, y se dirigió a la ventana, abriéndola. Fuera
llovía, aunque eso no importaba.
- ¿Ya
te has decidido?
Observó
las nubes y la lluvia, que lo estaban mojando debido al viento. Se
subió al alféizar, y miró abajo. Era cierto. No sentía nada. Todo
en él era calma.
- Sí.-
Respondió, mientras saltaba.
Microrrelato seleccionado en Concurso de Relatos de Ciencia Ficción "Bajo la piel", de Carpa de Sueños.
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