- ¿Qué le ha pasado al bosque?
- ¿Y tú me lo preguntas? Yo sólo puedo tener una sospecha. Mira en tu interior.
- ¿Qué dirías tú que es?
- Dudas de tus pasos, un poco solo. Porque en realidad te has fijado una meta. La lucha que venías librando se termina, porque arden las cenizas y se esparce sobre el suelo un olor distinto al que yo notaba. Nada de sal. Nada de esa humedad caliente. Dejas atrás un centro oscuro, tapado por las ramas de los árboles. Ya los espejismos del terror se desvanecen y se esconde el miedo bajo la maleza. Lo que era difícil lo has hecho sencillo al final, con un poder que todos querrían tener.
- ¿Por qué lo dices?
- Porque echo un vistazo a la zona que me está vedada, y observo que hay un laberinto. Y, sin embargo, puedo ver el centro del bosque. Por la simple razón de que tú, para salir de él, has quemado los setos. Nada más fácil que una línea recta para escapar.
- Pero... ¿Cómo?
- A eso yo no puedo responder.
- ¿Por qué?
- Yo no sufro esos cambios. Sigo viendo los espejismos y maravillándome con ellos. Tú eres el centro de mi laberinto, y, a la vez, la salida. Este bosque, tu laberinto, todo lo que yo observo, no es más que un enorme corredor intrincado del que nunca podré salir, ni siquiera cuando ya no vengas a hablar conmigo de esta forma.
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