- ¿Qué has estado haciendo hoy? Además de observar las estrellas, quiero decir.
- Algo que no estoy seguro de que sea bueno. Aunque tampoco es malo.
- ¿El qué?
- Fui a visitar los viejos árboles. Lo necesitaba.
- ¿A los viejos árboles? ¿No te gustan los de ahora?
- Sí, sí me gustan. Pero también los viejos. Me vi a mí mismo entre las sombras, mis estupideces y la emoción. Sí, así, en ese orden. No es lo único, claro. Te vi a ti, una sombra alargada que todavía puebla las raíces. Vi un corazón dispuesto a todo, ansioso, pletórico de vida; y una garra lanzar un zarpazo. Y siento las heridas, aunque a mí nunca me tocó esa mano. Y respiro la nostalgia. Casi puedo verme desde el otro lado de la ventana llorando, por no poder hacer nada contra algo que no me concierne y que nunca tuvo lugar para mí. Casi puedo leer una vieja poesía, con los ojos borrosos, y a esos espiritualistas que me cargan de escepticismo, y que, aún así, me terminan gustando. Vi la belleza que aún queda, y no los campos sembrados en sal. Quizá porque todo estaba muy oscuro, me encontré en esa penumbra, tal vez ambos somos un mar de negro, y tu tonalidad es sólo menos fuerte que la mía.
- No es buena idea. No es buena idea que hagas eso. Se supone que estamos intentando alejarnos. ¿Cómo vas a conseguir eso visitando los viejos árboles? Si yo misma tengo miedo de ir allí...
- Yo no podría alejarme, sean cuales sean las circunstancias. Incluso en el silencio seguirías estando. ¿Qué quieres? Me pasé los años caminando por tu puente. Mirando. Cogiendo información. Hice mucho con eso. He sentido la complejidad a través de la sencillez y del error. Y, ya sé que no me invitaste a entrar, simplemente encontré esa puerta abierta. Yo, apenas un conocido, destapaba cajas ocultas y temores. Es algo muy poderoso, ¿sabes? Conocer a una persona, aunque sólo sea en parte, y que tú no te expongas. Tal vez por intentar equilibrar eso comencé un periplo de errores que culmina con un acierto que llevó su tiempo. Y, de alguna manera, esa brecha se restableció un poco.
- Idealizar y precipitarte. Tus aportes imprescindibles a la causa del fracaso.
- No niego lo segundo. Para mí fue un proceso largo. Pero tú no conocías nada de eso. Debí haber reflexionado, aunque en esos casos, es difícil pensar con claridad. En cuanto a lo primero, no podría. ¿Qué tiene de ideal el asalto de la tristeza?
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