- Lo has vuelto a hacer.
- ¿El qué?
- ¡Has eliminado otro árbol!
- ¿Y? Te dije que tenía mis razones. Es cierto que los errores no se borran, pero los árboles puedo quitarlos si lo veo necesario. Además, tú ya los has visto y lo sabes, ¿por qué darle vueltas?
- Está bien, está bien.
- ¿Qué hacías antes de que llegase?
- Observaba los cambios.
- ¿Cuales?
- Los tuyos, ¿cuáles si no? Al menos los que puedo ver en la linde del bosque.
- ¿Y qué has visto?
- Los cuervos... Los cuervos se han ido. Alzaron todos juntos el vuelo y se alejaron. Han pasado varios días desde que me sentí tan maravillado como hoy.
- ¿Y eso por qué?
- Creo que sobran las explicaciones. Tú sabes lo que ocurre mejor que yo. ¡Ojalá pudiese visitar el bosque por dentro! Si así ya siento las emociones, ¿qué me pasaría allá adentro? Sería una experiencia grandiosa, seguro.
- No puedes, y lo sabes. No todo ahí dentro es como piensas.- Musitó.
- ¿A qué te refieres?
- Hay lugares que son peligrosos, partes donde las bestias despedazan y el sol no puede colarse entre las rendijas del techo arbolado. Si a ti se te mantiene fuera es para mantenerte a salvo de todo lo que se esconde a tu vista. No es el único motivo, claro, pero sí uno de ellos. Aquellos que se acercan demasiado terminan vagando entre la bruma, ahogados entre aguas estancadas, caminando sobre cenagales engañosos y traicioneros.
- Siempre hay riesgos. ¿No crees?
- Lo dices porque no conoces lo que aguarda el interior. Sólo imaginas cosas. Eso no basta.
- ¿Y no ocurre eso mismo en tu lugar?
- Puede ser. Pero yo nunca he visto siquiera el exterior del bosque. Del tuyo.
- Tampoco me pediste verlo. ¿Quieres echar un vistazo? ¿Saber adonde está?
- Si tú quieres...
- Pues entonces mira, mira a tu alrededor.
- Pero... ¿No se supone que este es el mío?
- Claro que sí. Lo que ocurre es que no eres la única que incide en él. Nosotros hacemos el bosque, no al contrario. En el momento en que nos marchemos, este lugar cambiará, o desaparecerá. Y nuestras manos crearan otro paisaje, otra visión. De momento, hablamos aquí. Yo veo cosas, y tú también. Creo que vas recuperando la alegría, que te acercas algo más que antes a mí, siempre con la barrera de seguridad, y, aún así, me gusta lo que veo. Sé que mi lugar no puede estar más lejos de este tronco, aunque al bosque incluso le agrada mi presencia. Sé que he venido aquí en un momento inadecuado, con un rostro equivocado, y con un saludo asfixiante. No obstante, ¿sabes qué?
- ¿Qué?
Pausa. El aire mece los árboles, y los pájaros trinan. Gorjeos suaves, saludando al atardecer.
- Gracias. Has dejado un rendija abierta, una conexión que nunca hubiera imaginado realizar con nadie. Seguimos siendo dos desconocidos que se conocen demasiado, y, a pesar de todo, no has quemado todos los puentes. Y, aunque no me engaño ni me cuento mentiras, con poco has hecho mucho, nunca sabrás cuánto. No podrá ser pagada lo suficiente esa deuda, lo sé. Más créeme si te digo que disfruto como nunca si veo a la desidia huir volando. Y más, mucho más, si yo tuviese algo que ver con eso.
- A veces creo que deliras.
- ¿Y qué más da? Si tus lágrimas, aunque no las vea, se me clavan como cuchillas; si tu alegría, aunque no la observe en tus labios, me hace implosionar por dentro. Si lo has vivido, sabes lo que es. Y siendo, creas, y diciendo, emanas. Yo no sería lo que soy si no te hubiese encontrado, incluso de esta forma tan casual, con una relación tan frágil, unidos a través de una nube de datos que sólo aspira a dibujar un cuerpo imaginario. No, no, a pesar de querer más, ya me has dado más de lo que jamás obtuve con la carne y el agua salada; más que con la dureza y el escalofrío. Dime si no es para asombrarse.
No hay comentarios:
Publicar un comentario