Te gusta lanzar palabras al azar, sin ningún destino en
particular. Colocaste un espejo en una habitación y me dejaste allí,
respondiendo a tus locuras, con el eco devolviendo mis ilusiones. Te fuiste sin
decir nada, aunque tus letras seguían disparando, silenciosas, a lo lejos.
Sobre la arena mojada puse mis deseos, porque sabía que se
irían a las profundidades del océano. Los devoraría algún pez, o quizá se
ahogaron a los pocos minutos de estar sin aire. No pasa nada. Ya me haré otros
nuevos, y los esconderé donde la mano amarga del pasado no pueda encontrarlos.
No he sabido encajar en las mareas del mundo, y, al igual
que una pieza rota en un rompecabezas, intento meterme en los resquicios de
humanidad que aún existen. Te has ido sin haber estado nunca conmigo, lo sé,
pero el hueco que has dejado me ha mostrado hasta qué punto estaba aislado de
todo.
Y es que cuando la ficción tiene más peso que la realidad,
todo cambia; y cuando las paredes se desmoronan me encuentro enfrente de aquel espejo,
sin nada más que un todo por hacer.
No hay comentarios:
Publicar un comentario