Es San Valentín, y no tengo otro regalo que daros, excepto este, si queréis considerarlo así, claro. Tranquilos, no os pediré dinero.
Las torres más altas que construí se cayeron, y ahora solo quedan los restos. Yo vago, como una sombra, hacia los pozos oscuros de las horas pasadas. Me siento sobre una veleta y giro, y avanzo. Entonces me vuelvo un cobarde y vuelvo hacia atrás mis pasos, mientras que un pie me anima a ir hacia la derecha, el otro me empuja hacia la izquierda. Mis manos se agitan, nerviosas, y destrozan hojas de cristal. Apunta, apunta, líbrame de la piedra y de la apatía inmutable.
Dispara, dispara, atraviésame de principio a fin, sin piedad, hasta que caiga de rodillas y no pueda mantenerme en pie. Hasta el último aliento.
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