El señor blanco llega a una casa desvencijada. El verde de las hiedras, las enredaderas, y los líquenes cubren la madera. No parece haber nadie. Aún así, llama. Un golpe, y otro, y otro.
- ¿A quién busca, señor blanco? - Pregunta alguien a sus espaldas.
- Oh. Solo quería hablar con la persona que vive aquí.
- Ya veo. Pero creo que no está.
- ¿Y eso? ¿Qué ha ocurrido?
- ¿Cuanto tiempo hace que no viene señor blanco? ¿Se molestó acaso en asomar su nariz antes de que la madera fuese pasto de la naturaleza?
- Bueno... Es cierto que no vengo desde hace más de un año... Pero no me imaginaba que esto estuviese así.
- ¿Y por qué viene ahora?
- Bueno, no creo tener derecho a venir aquí, pero... Me sentía solo. Y entonces me acordé de todo. Me paré a pensar fríamente, más que en otras ocasiones.
- ¿Te sentías solo? ¿No es eso un poco egoísta? ¿Y que hay de la persona de esa casa?
- Es cierto que lo es, pero si únicamente estuviese aquí por esa razón. Fue un error.
- Ciertamente, señor blanco. ¿Y, qué deseabas entonces?
-¿Por qué tendría que contarselo a usted? Quiero vivir con el habitante de esta casa.
- Estás hablando con él. No has cambiado nada.
- ¿Eres tú? Te ruego que me disculpes. Has cambiado. Y, por cierto, no soy el señor blanco. Soy el señor negro.
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