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domingo, 13 de octubre de 2013

El canto del fuego

Caía la noche, y el lugar estaba completamente a oscuras. Un camino lleno de farolas con las bombillas apagadas era mi referencia. Hacía viento, y junto con las hojas y las partículas de limo, también habían gotas de agua, pues había estado lloviendo hace poco. La luna se iba dibujando en el cielo, parcialmente, y la única estrella visible era la Polar. Los muros de las casas se antojaban grises, sin chispa; los árboles, solitarios, no ayudaban a alegrar la escena. La humedad se palpaba en el ambiente, y mis pupilas, dilatadas, ya se habían acostumbrado a la oscuridad imperante.

No había nadie por allí, y las pocas luces que se apreciaban venían desde los ventanales de las casas. Entonces vi a una chica sentada en un banco. Llevaba un antifaz de color azul apagado que le tapaba los ojos. Noté que estaba cantando, y me quedé allí, inmóvil, escuchando:

La luna camina
sola por Gran Vía,
y del cuello lleva
rayos de Sol.

Corre luna, corre,
que caen estrellas
de su ventana,
de sombra ahítas.

Dibujo círculos
en el suelo,
para así iluminar
contigo la ciudad.

Pero no soy 
como tú, luna, 
aunque sola
esté de viaje. 

Necesito andar
con una chispa,
que haga arder
mi corazón.

Y no sé por qué,
ese presente
ya me lo trae,
aquel que escucha.

No corras tú,
solitario muchacho,
pues el fuego
prenderá la calle.


Entonces la chica se levantó, y, lentamente, se acercó a mí. Colocó sus manos sobre mis mejillas, y, soplando delicadamente sobre mi rostro, murmuró: Bienvenido a mi extraño mundo.

Cuando quise darme cuenta me encontraba en un lugar con libros a mi alrededor, formando calles. Comencé a andar, y las calles se multiplicaban, formando un laberinto interminable. Cuando más perdido me encontraba, las luces se apagaron, y solo quedó un único camino marcado por una tenue luz. Empecé a seguirlo, fascinado, pues desconocía cómo podía darse aquel fenómeno. Al cabo de mucho rato andando, llegué a un lugar central, más amplio, en forma de círculo, y allí se encontraba la misma chica. Me acerqué a ella con la intención de preguntarle quién era, cuando, sin reacción alguna por mi parte, me abrazó y, en voz baja, me dijo:

- ¿Por qué has tardado tanto?

Antes de poder mediar palabra alguna, me mandó callar con un prolongado beso, que hizo que los libros que formaban aquel lugar se incendiaran. Las gotas de tinta se iban moviendo con voluntad propia, y, movidas en grandes cantidades, iban colocándose intencionadamente a nuestro alrededor, en el suelo. De tal modo que cualquiera que hubiera visto aquello desde el aire, habría visto dibujado un enorme cisne de perfil, de color negro, y, en otro color, el ojo del animal. En este caso, el color de nuestra piel, pues la ropa se había desvanecido en apenas unos segundos, y la única forma de que el desconocido aéreo no nos viese por completo, era uniendo nuestros cuerpos.



 

  

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