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jueves, 21 de junio de 2018

Ahora sé que nunca volveré

Algo vino y me abrió en dos. Igual que quien se da una ducha, voy desprendiéndome de lo que me mantenía vivo. Dicen que hay que saber soltar, y, no sé si lo estoy haciendo bien, pero me baño en la indiferencia varias horas al día. Al principio resultaba doloroso (aún lo es), y, sin embargo, es liberador. Cortar lazos, matar emociones. Hacerse a la idea de que el único en la nube era yo y que sólo armaba tormentas con mis actos.

Tengo en mis manos la pistola y disfruto ajusticiándome. Apenas quedarán supervivientes después de esta masacre. La sangre me resbala sobre una sonrisa incansable: cada martillazo en el tambor sabe que di todo lo que me dejaron ofrecer. Sé que esto acaba con una era, y lo que viene es tan extraño como estable. Una pared, una cabeza que asiente y escucha. El olvido y el entierro de ideas y construcciones.

Ya no vibra mi cuerpo con su voz, los puentes que arden lo hacen para siempre. No me importa ser una línea paralela, la caja de resonancia, el reflejo de lo que quise y hoy no deseo. Ya no voy tras estela alguna, ni pediré nada. He sabido ver que mi valor es el de una canica de barro. No quiero sembrar más en eriales, daré en proporción a lo que viertan sobre mí.

Quién sabe, es posible que hasta disfrute con esto. Creí que nunca podría quitarme las cadenas, y sentirlas caer, notar que puedo coger un martillo y empezar a romper todo lo que no existía es una sensación maravillosa a la par que horrible. He empezado a deshacerme de lo que soy, sin olvidarme de los pasos que he dado, de los dardos que he lanzado.

Como diría Fito Cabrales, ahora sé que nunca volveré.


https://youtu.be/ajIiEnKtxlQ

lunes, 18 de junio de 2018

She run

El día más feliz de todos también puede ser el más triste. La balanza tarda poco en ejercer el equilibrio y los imperios de arena caen de un soplido. Es cierto que vivimos estos años yendo y viniendo, como si nada, pero jamás los ríos fueron tan profundos ni los lazos tan estrechos. Se desata el nudo de dos barcas en medio de ninguna parte. Quizá se ha cortado. O tal vez la leyenda es cierta y la lejanía sólo es el pago por comprobar si lo eterno dura un segundo o no. Se quiebra y se rompe lo que alguna vez creí, y me dirijo a un viaje que no sé lo que traerá. Me quedo con la sensación de marchitar todo lo que toco y de no intentar nada más, encerrarme bajo trece candados y que me desgaste el tiempo hasta que no quede nada.

Tengo claro que no volveré a ser el mismo.


lunes, 11 de junio de 2018

Caos

Se acumulan los objetos,
aquí y allá se desparraman
todas las ideas que 
alguna vez tuve.

Arrugas en el alma
y la sensación de vivir
frente a un puente
que se derrumba cuando
intento cruzarlo.

En aquellos que puedo,
lo que veo es un rostro
que me observa
y yo lo observo también.

Nos separa un abismo 
franqueable, y, sin embargo,
nunca querré pisarlo
por miedo a que mis pies caigan
en el más absoluto vacío. 

He dado mi ser y he luchado por
envoltorios dorados,
por carcasas vacías,
cegada por los rayos del sol.

Entre mis manos tengo
dos cuerdas rojas que
se entrelazan y se cubren, 
pero evitaré que se haga
el más mínimo nudo. 

Existen muchas líneas,
y siempre son iguales,
blancas y negras,
negras y blancas,
cruzando mi piel,
atravesando mi cabeza.

No sé qué palos usar, 
ni cómo vislumbrar
una nueva dirección,
como si todo lo que empieza
estuviese destinado
a perecer,
como si las emociones que
en mí enfocan
tuviesen ya fecha de caducidad.

Tuve que decirle al dealer
que para qué quiero
una mano tan buena
si los jugadores 
hacen trampas,
que de qué me sirve 
apostar si ya sé el resultado.

Él rió, volvió a reir, y me dijo:
Nadie dijo que esta mesa
fuera para ti.

Y ahora me quedo con 
la frustración y la duda
de no saber si tras
el puente que no cruzaré
está la mesa en la que, al fin,
podría ganar. 

https://youtu.be/TtIdUgdQvAo 

jueves, 7 de junio de 2018

Fracturas

Olvidé que era una mota de polvo en tierra de gigantes. Sí, aunque parezca extraño había borrado de mi mente lo frío que es el acero, la fuerza de lo invisible. Me ahogo en ríos que no puedo pisar y el agua me cruza la cara. ¿Qué haces cuando el enemigo a vencer está dentro de ti? ¿Cómo se aniquilan los monstruos a los que les devuelves la mirada? Persigo el mismo rayo de Luna que Bécquer y no puedo remediarlo.

Las manos tiemblan, los ecos gimen, y una sonrisa que me parte en dos revolotea en mi cabeza. Luchar por algo que nunca podrás conseguir es una empresa estúpida, y yo no suelo ser muy lúcido. Me quedo al lado del volcán, paseo junto al tornado y acaricio leones hambrientos en una jaula.

Estoy varado en medio del camino y me paro en un rincón, asustado. Me aterra el futuro, me atenaza el presente. Vi su cara hoy y, mientras se detenía el tiempo, entendí que jamás estaría con esa persona. Supe que sus pies quieren viajar por otras constelaciones, y que sus manos acariciarán otras estrellas. En realidad siempre fui consciente, pero vivía en otra realidad. ¿Has visto alguna vez un campo devastado? La sensación es parecida. Un hombre con una azada en medio de los zarzales.

Un juguete usado del que alguien se cansará y reemplazará por otro. Un círculo que siempre empieza, con distintas personas, de la misma manera. Quiero encerrarme en lo más profundo del Cocito, pero no puedo, me amarran en la superficie las raíces de las emociones. Observar que otros con un chasquido de dedos pueden conseguir lo que yo no pude en años es una oleada de impotencia que emerge como un magma ardiente. 

Dime, ¿se acaba alguna vez la agonía? ¿Cómo se destruye toda la inseguridad que mana de los mares, de los bosques y las finas partículas del polen? Rompí los espejos, cerré los ojos en los reflejos de los charcos y miré alrededor. Estaba solo. La gente hablaba y yo devolvía el saludo. Asentía con la cabeza. Seguía el juego de la pelota, ayudaba y sonreía. Seguía riendo. Incluso algún resquicio de alegría me acariciaba de vez en cuando. Pero nada era igual.

Yo ya no sabía quién era.

https://youtu.be/PY2gqS1Lyu0
 




martes, 5 de junio de 2018

Fuegos invisibles

Dicen que soy una bomba a punto de estallar, nitroglicerina en movimiento y un reguero de pólvora que alcanza más allá de la vista. Puede que tengan razón, y que algo en mí se libera y estalla. Pero te diré una cosa. No soy yo quien enciende la mecha.

Y, una vez la enciendes, me las arreglo para que cada explosión sea de colores. Salgan una, dos o tres salvas, de mí saldrán disparadas miles de formas, cientos de luces. Me quedaré mirando y me daré cuenta de que, para lo que unos quema, para otros ilumina, no sólo la vista, sino también la vida. He descubierto que mi humo puede ahogar al tiempo que otras personas sólo quieren vivir respirándolo.

Puedo ser fuego pero nunca prendo si no intentas siquiera crear una chispa en mí. Es cierto que cuando más brillo es en la oscuridad, pero hay quien me ve incluso a la luz del día, cuando nadie quiere mirar, ni siquiera cuando se escuchan los petardazos.

Es cierto que, lo mismo que aparece todo, se desvanece al poco rato. Pero cada disparo, cada instante, se queda grabado en la retina. Y lo que permanecen son hebras. Miles de hebras que caen en cascada y forman hilos. Algunos, negros, están destinados a arder. Otros, apenas entretejidos, no se sabe qué será de ellos. Quedarán los robustos, los que saben de qué va esta historia. Y, quizá, en la distancia, exista uno de color rojo.

Y, si no prende esa chispa, todo el cielo permanecerá en penumbra.

lunes, 4 de junio de 2018

El vals de la marioneta

Era una marioneta a la que los hilos habían apretado fuerte. Un paso titubeante, la expectación del público y una banda sonora que retumbaba en la madera. Una danza se dibujaba y encajaba con la música, rígida, encorsetada. Un golpe seco tras otro.

El titiritero levanta una pierna, tumba el cuerpo o desliza su creación por el suelo. De repente, un movimiento inesperado. Nadie lo notó porque nadie veía las cuerdas, la mano, pero en mi interior pude sentir el crujido de las ataduras desligarse. Ya la muñeca no era tal, sino un vendaval que, furioso, rompía con la estrechez a la que se había sometido. Un paso tenso, un movimiento de transición, y una nueva interpretación de la canción.

Ella volaba y creo que a veces yo también. Todos los ojos vieron la misma belleza de principio a fin, y los míos supieron diferenciar momentos. Si un grito silencioso era lanzado, mi voz ausente se sumaba. Si era un suspiro de alivio, mi cuerpo se destensaba al mismo tiempo. Las mismas cuerdas que la ahogaban me quitaban el aliento, y la misma sensación de alivio que sintió al liberarse recorrió mi cuerpo.

Si sus manos tocaban el aire, yo me volvía uno con el aire. Si su cuerpo rozaba el suelo, era yo quien notaba los crujidos. Todo alrededor se había congelado y las emociones flotaban. El espectáculo se rompió como si un cristal hubiese sido destrozado en miles de partículas. Saludó con los trozos de cáñamo aún en su cuerpo, y supe que algo había cambiado. Mientras intentaba entenderlo, una lágrima me acarició la mejilla.

Quizá había cambiado yo.