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viernes, 11 de octubre de 2013

Historia de una H que no quería ser muda


Mundos de sombras dominan las dos líneas de fuego, que hay entre tus manos y las mías. Esta vez fue rápido y cercano el lugar señalado. Una selva virgen donde la mosca tsé-tsé hace estragos a su paso. Pero estaba seguro, porque su halo me protegía de cualquier peligro. Nos sentamos junto a un río cercano, y, mientras hablabámos, ella observaba el paisaje. Miraba las combinaciones de colores, el vuelo de las hojas, el azul del cielo, o las briznas de hierba. Yo, en cambio, exploraba sus facciones. ¿Qué necesidad había de mirar alrededor? Sus dos dulces terrones de tierra azucarada ya hacían de espejo sobre la realidad. Pero, por mucho que quisiera penetrar dentro, una enorme caja acorazada se interponía entre mi cuerpo y su interior.

Quizá si hubiera tenido las manos de Lupin, habría podido entrar rápidamente, pero aquello me decía que debía ir con cuidado, con tacto, hasta conseguir abrirla. No me importaba el tiempo que estuviese allí, intentando dar con la combinación. Sabía que adentro había un botín muy valioso.

Esta vez el aire se reía a menudo, y mis manos tocaban los finos hilos de seda que brotaban de las raíces de la montaña, mientras la atrapaba entre mis brazos y me dejaba embriagar por su perfume. Y, a veces, dejaban de escucharse nuestras voces, era entonces cuando legiones enteras de segundos disparaban sobre nuestros cuerpos. Pero duraban tan poco que, a pesar de continuar oyendo nuestro silencio, se establecía una unión entre sus dos bases y las mías, mediante unas largas cuerdas que se enganchaban en el territorio del otro. 

Yo era un ratero de emociones que se había escapado con la hija de un aristócrata, y, mientras esperábamos el transporte que me llevaría de vuelta a casa, aparecieron los guardias para prenderme. Tras un intento de huida, decidí rendirme. Antes de que llegasen adonde me encontraba, arropé entre mis brazos a Helena, deseando estar en un espacio geográfico distinto, donde sus alas se desplieguen sin restricción alguna.

Los murciélagos son ciegos, y solo pueden evitar chocarse mandando ondas ultrasónicas, para determinar si hay obstáculos o no. Tal vez me siento como uno de ellos, solo que en vez de mandar ondas, envío palabras. Y solo tú puedes hacer que siga volando.
 
http://youtu.be/4jbwUDZLs3E

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