A veces, lo casual, lo aparentemente efímero, es lo que permanece. Queda un rumor que completa las piezas, que encaja en la periferia del contacto. Porque sí, por parecidos que sean los momentos y los lugares, cada persona los vive de una forma, y recuerda unas cosas.
Ante el vuelo de una mariposa, habrá quien se fije en las alas, otros en la velocidad, y habrá quien preste atención a la flor donde estaba posada. En un mismo segundo, las percepciones son distintas.
Yo me topé con las luces del horizonte, con el faro que ilumina sin saber que al otro lado del mar hay barcos. Lo vi hace tiempo, en las islas de la zarza y el espino, y como el marinero que era, no pude acercarme. Me quedaba allí, en el agua, mirando el girar estroboscópico de aquella guía nocturna, la intensidad con que iluminaba.
La tripulación desertó. "Se ha enamorado del faro, está loco", decían. Yo sólo pude asentir con la cabeza, y reir hasta el último aliento cuando el último grumete se hubo marchado.
"Estúpidos ilusos", murmuré. "No saben que si el faro funciona, es porque hay alguien dentro haciéndolo brillar".
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