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martes, 3 de marzo de 2015

Recuerdos

No sé qué le llevó a Martin llevar a cabo aquella acción, yo aún no puedo darme cuenta de nada, aunque lo vi todo, aquel día, en el bosque. Pero si se lo contase a alguien seguramente me hubieran tildado de loco, y el que hoy les escribe para intentar quitar tinieblas del extraño caso acontecido en el Glad Forest hace veinte años, seguramente estaría en el centro de salud mental.

Verán, Martin era un joven maestro de escuela, en aquel agujero en medio de la nada que era mi pueblo. No estaba en medio de la nada, es cierto, porque la ciudad estaba cerca. Pero las mentalidades eran demasiado conservadoras, como suele darse en estos lugares. Yo era un muchacho que aún tenía todo por descubrir, y la fascinación que sentía por mi maestro, me hizo seguirlo a través del bosque. No lograba entender cómo alguien como él, que sabía seis idiomas, y era muy inteligente, hubiera acabado en un sitio como este, cuando seguramente en otros lugares estaría mejor.

El caso es, que aquel día Martin estaba extraño. Caminaba con dificultad, con pesar, y llevaba una mochilita a la espalda. Anduvimos largo rato, y, en el centro del bosque, se detuvo. Había un tronco enorme de un viejo pino que había sido cortado al estar enfermo, y ahí se sentó mi maestro. Abrió la mochila, y sacó un trozo de queso y algo de pan. Debo decir que me dió hambre, pues era ya tarde, y quedaba poco sol en el cielo. Y yo, que era un poco miedica por aquel entonces, dudaba sobre si salir, o quedarme así. Ahora me alegro de haberme quedado escondido, pues lo que voy a revelar, sin duda se os antojará terrorífico.

Una vez hubo terminado de comer, Martin cogió de la mochila un escalpelo, y una foto, en la que aparecía una chica. No sabía quién era, ni nunca lo sabré, porque no supe más que aquello. Entonces, comienza a cantar. No conozco el idioma, pues yo no tenía ni idea de lo que decía. Lo único que sabía era que estaba impregnada de melancolía y de dolor. Era noche cerrada, y yo estaba paralizado de miedo, pues no me esperaba una escena así.

Cuanto más cantaba, más desgarrada era la canción, llegando a incluso a llorar. Yo me aguantaba como podía. Entonces, empezaron a llegar luciérnagas, pues no lejos de allí había un lago donde solían ir. Lo curioso era que todas iban hacia él, y se posaban en su cuerpo. Una vez terminada la canción, cogió el escalpelo, y, con determinación, se rajó el cuello. Rápido. Limpio.

Las luciérnagas se fueron todas, como si aquello fuese un horrible crímen en el estado de la naturaleza. Todas, excepto una. Se quedó en el cuello, llenándose de sangre, y su luz fue haciéndose cada vez más y más intensa, de un rojo increíble, hasta el punto en que pensé que podía llegar a estallar en cualquier momento. Fue entonces cuando llegó lo peor. La luciérnaga se dirigió hacia mí, lenta, pero inexorable, y se posó en mis labios. Ya pueden imaginarme. Ojos abiertos de par en par, a punto de llorar y gritar, conmocionado por lo que acababa de ver. Un espectáculo poco digno de ver, un espectador inoportuno.
Y fue cuando lo escuché. La voz, la maldita voz de Martin. Parecía provenir directamente de aquella luciérnaga endiablada.

- Escucha bien, Aluccard, la lucha que no lleva a nada acaba en derrota, nunca pelees por aquello que no aprecia tu esfuerzo, no te marques un solo camino, porque si se corta, no sabes adonde ir. No seas como yo Aluccard, o las libélulas devorarán tu alma.

Para Nana

Palabras clave: Libélula, escalpelo, políglota.

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