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viernes, 25 de septiembre de 2015

La canción

- ¡Hola! ¿qué me traes hoy?

- Hoy solo tengo una canción. Tal vez dos.

- ¿La cantarás para mí?

- Claro que no.

- Dime al menos de qué trata.

- Sobre una rueda. Una rueda que gira.

- ¿Una rueda?

- Sí.

- ¿Y qué ocurre entonces?

- Se detiene. Tú la detienes.

- ¿Yo?

- Sí.

Pausa.

- Caminas hacia mí. Y yo hacia ti. Sin tocarnos. Entonces no avanza. A veces, y solo a veces, nos da por correr. Y sucede que la otra persona se asusta y hace lo mismo.

- ¿Por qué sucede eso?

- Porque en realidad no vamos juntos en la rueda. Sólo tú tienes el espejismo de verme tratando de alcanzarte. Pero la verdad es que caminas solo. Y todas las líneas que se dirigen a tu centro están vacías. Y sí, de vez en cuando me gustaría cogerte de la mano y sacarte de ahí; entonces el gigante del miedo y la duda aparece y me obliga a coger la vereda segura. Quizá tampoco sea segura, pero sí más placentera. No vengo al bosque porque estés esperando. Vengo porque siempre me ha gustado venir.

Silencio.

- ¿Por qué me cuentas eso?

- Es lo que dice la canción.

- Ya veo. Qué canción más fea, ¿no crees? Y, aún así, ya la había escuchado antes.

Rompe a llover. Fuerte.

- Seguirás viniendo, ¿no es así?

- Sí. Aunque la canción que traigo conmigo es distinta.

https://www.youtube.com/watch?v=gnhXHvRoUd0

domingo, 12 de julio de 2015

Los pájaros

La primera vez que me saludó, recuerdo que el desierto era lo único que se veía. Estaba sentada en la arena, al lado de un cactus enorme, donde se posaban dos pájaros de color azul, cada uno a los extremos de la planta.

Quizá lo extraño no era cómo podían estar en un cactus, piando, sino cómo podía ser posible encontrar unos pájaros así en un terreno tan hostil.

- ¿Te has perdido? - Inquirió, con una mezcla de curiosidad y timidez.- Hace tiempo que no viene nadie por aquí.

- No. El camino me ha traído hasta este lugar, pero no me he perdido. Aún.- Respondí.

Se quedó un rato pensativa, sin saber qué decir.

- ¿Por qué no te sientas aquí un rato? Así puedes descansar.

- De acuerdo.

Me senté a su lado, y nos quedamos en silencio, mirando a los dos pájaros, escuchándolos trinar.

- Ese pájaro azul... Es tuyo, ¿verdad? Vino esta mañana, se puso ahí, en el cactus, y... Y el mío también quiso salir.

- ¿Qué te hace pensar eso?

- Has venido ahora, ¿no? No hay nadie más aquí. Quiero decir... Mira a tu alrededor.  

- ¿Y si así fuese?

- No lo sé. - Contestó, al cabo de un rato.- Como ves, aquí no queda mucho. Ni siquiera hay agua.

Esbocé una sonrisa.

- ¿Te refieres a esto?- Inquirí, abarcando con los brazos los alrededores.- Este sitio, antes no era así. Es cierto que no sé cómo era, pero que así no estaba, de eso estoy seguro. Y este lugar, esta atmósfera, no son permanentes. Puede cambiar.

- ¿Cómo puedes saberlo tú? ¿Cómo puedes demostrar eso?

Me levanté, y le extendí la mano.

- Vamos, te lo diré.

Una vez estuvo conmigo, le señalé su pájaro azul.

- Fíjate en él. ¿Escuchas el sonido? Es un sonido alegre. Mira su pelaje, y su cuerpo. Está sano. El día en que tu pájaro no quiera cantar de ninguna de las maneras, ese día sabrás que el paisaje que haya no puede tranformarse.

La miré a los ojos, y, sin que se lo esperase, la abracé. Fuerte, suave. Y devolvió el abrazo. Ahora los pájaros revoloteaban.

- Y esto, demuestra que el desierto no será permanente.- Le susurré al oído.

Ella no lo veía porque tenía los ojos cerrados, pero de haberlos abiertos, habría visto que, en el suelo, y en un círculo que los rodeaba, había brotado hierba cubierta de rocío, y, en el cactus, de entre las espinas, surgieron flores.

https://youtu.be/-1tppqa62W8


lunes, 1 de junio de 2015

Lo siento

Escucho canciones desconocidas en la distancia. Suenan bien, pero no pueden las notas ser rozadas. Un idioma extraño, de tierras desconocidas, dormitando sobre la cama de un sueño lejano. No, lo siento, las palabras no pueden abrir brechas en el suelo, ni tampoco cerrarlas.

Las palabras son mentiras, ilusiones, deseos, y un rastro de melancolía flotando entre la felicidad. Una mano no puede tocar a la otra, y los frágiles puentes de cristal se hacen añicos bajo el peso de la realidad.

Lo siento, ya caerán sobre ti las legiones de los espartiatas, aliados más cercanos, y más feroces que mi escudo de hojas y mi espada de papel. No derramé más sangre que la de una herida, y en tu caso solo caerá al suelo el tintero.

Seguiré abriendo los brazos a esta curiosa experiencia, donde la soledad se difumina de la mano de un juego en el que, se sabe, ya está todo perdido de antemano, y solo queda intentar ganar alguna ronda.

Lo siento, seguirán cayendo las flechas de cartón sobre tu corazón, ese país envuelto siempre en la misma guerra civil.    

jueves, 5 de marzo de 2015

A mi querida enemiga

Tú, grasa andante,
albóndiga gigante
cuyos fofos pies
arman terremotos.

Me acaricias con
gruesas morcillas,
saliva corriendo
por tu barbilla.

Ven, ven aquí,
deja que toque
tu nido de escalopendras
oscuras y finas.

Ven, ven aquí,
cántame con
tu ahogada voz
unas rancheras.

No importa que tardes,
yo te espero:
Diez minutos en tren,
cuarenta en el velero.

Y es que es lo que hay,
si te tropiezas
le digo adiós al herrete,
que con tus planchas
me fundes, rico tranchette.

Y así te quiero yo,
hermosa, bien alimentá,
que para ver palos
tengo la ciudad.  

Para María, o Eme, como le gusta a ella.

Palabras clave en poesía: Escalopendra, albondiga y herrete.

martes, 3 de marzo de 2015

Recuerdos

No sé qué le llevó a Martin llevar a cabo aquella acción, yo aún no puedo darme cuenta de nada, aunque lo vi todo, aquel día, en el bosque. Pero si se lo contase a alguien seguramente me hubieran tildado de loco, y el que hoy les escribe para intentar quitar tinieblas del extraño caso acontecido en el Glad Forest hace veinte años, seguramente estaría en el centro de salud mental.

Verán, Martin era un joven maestro de escuela, en aquel agujero en medio de la nada que era mi pueblo. No estaba en medio de la nada, es cierto, porque la ciudad estaba cerca. Pero las mentalidades eran demasiado conservadoras, como suele darse en estos lugares. Yo era un muchacho que aún tenía todo por descubrir, y la fascinación que sentía por mi maestro, me hizo seguirlo a través del bosque. No lograba entender cómo alguien como él, que sabía seis idiomas, y era muy inteligente, hubiera acabado en un sitio como este, cuando seguramente en otros lugares estaría mejor.

El caso es, que aquel día Martin estaba extraño. Caminaba con dificultad, con pesar, y llevaba una mochilita a la espalda. Anduvimos largo rato, y, en el centro del bosque, se detuvo. Había un tronco enorme de un viejo pino que había sido cortado al estar enfermo, y ahí se sentó mi maestro. Abrió la mochila, y sacó un trozo de queso y algo de pan. Debo decir que me dió hambre, pues era ya tarde, y quedaba poco sol en el cielo. Y yo, que era un poco miedica por aquel entonces, dudaba sobre si salir, o quedarme así. Ahora me alegro de haberme quedado escondido, pues lo que voy a revelar, sin duda se os antojará terrorífico.

Una vez hubo terminado de comer, Martin cogió de la mochila un escalpelo, y una foto, en la que aparecía una chica. No sabía quién era, ni nunca lo sabré, porque no supe más que aquello. Entonces, comienza a cantar. No conozco el idioma, pues yo no tenía ni idea de lo que decía. Lo único que sabía era que estaba impregnada de melancolía y de dolor. Era noche cerrada, y yo estaba paralizado de miedo, pues no me esperaba una escena así.

Cuanto más cantaba, más desgarrada era la canción, llegando a incluso a llorar. Yo me aguantaba como podía. Entonces, empezaron a llegar luciérnagas, pues no lejos de allí había un lago donde solían ir. Lo curioso era que todas iban hacia él, y se posaban en su cuerpo. Una vez terminada la canción, cogió el escalpelo, y, con determinación, se rajó el cuello. Rápido. Limpio.

Las luciérnagas se fueron todas, como si aquello fuese un horrible crímen en el estado de la naturaleza. Todas, excepto una. Se quedó en el cuello, llenándose de sangre, y su luz fue haciéndose cada vez más y más intensa, de un rojo increíble, hasta el punto en que pensé que podía llegar a estallar en cualquier momento. Fue entonces cuando llegó lo peor. La luciérnaga se dirigió hacia mí, lenta, pero inexorable, y se posó en mis labios. Ya pueden imaginarme. Ojos abiertos de par en par, a punto de llorar y gritar, conmocionado por lo que acababa de ver. Un espectáculo poco digno de ver, un espectador inoportuno.
Y fue cuando lo escuché. La voz, la maldita voz de Martin. Parecía provenir directamente de aquella luciérnaga endiablada.

- Escucha bien, Aluccard, la lucha que no lleva a nada acaba en derrota, nunca pelees por aquello que no aprecia tu esfuerzo, no te marques un solo camino, porque si se corta, no sabes adonde ir. No seas como yo Aluccard, o las libélulas devorarán tu alma.

Para Nana

Palabras clave: Libélula, escalpelo, políglota.

martes, 22 de octubre de 2013

¿Sabían ustedes que el cerebro asocia determinadas cosas con emociones? El ejemplo más común es una canción. "Nuestra canción", como dirían las parejas. Pero también existe con otros elementos, como un olor, un lugar, un animal determinado o una situación específica. Al final, se termina creando un torbellino de uniones que, si es algo que te marcó, o que simplemente sigue pugnando por estar en un resquicio de tu memoria; no podrás huir de él.


Y, si todo lo que acaba de leer es cierto, muy posiblemente haya pensado en algo, o en alguien.