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miércoles, 11 de marzo de 2015

La chimenea de hielo

He estado encendiendo la chimenea del hielo con los fósforos de tus miradas. Me recuerdan a un lobo. Frías, penetrantes, un taladro mudo reventando puertas y ventanas. Tú también puedes acercarte, caluroso viajero, ven. Olvida ese ruidoso ventilador que corta en pedazos el silencio y la quietud de la habitación.

Ponte aquí, extiende tus manos y deja que la escarcha penetre en tus huesos, que se congele poco a poco tu corazón, hasta que ya no quede alrededor más que un mundo verdadero y pleno, lleno de aventuras salvajes. El calor del amor ensucia tu dentadura y la deja verde y amarillenta, llena de grietas. Deja que la lumbre helada limpie esas imperfecciones, y te otorgue la ansiada belleza sobrenatural que habita en el fondo de las cuevas de los polos.

Ven, ven aquí viajero. Seguro que estás cansado de vagar entre silutas que aparecen y se van, entre falsas ilusiones y espejismos destruídos. Deja que tus pies se enfríen, hasta que pierdan la sensibilidad que nos hace perder la cabeza persiguiendo cosas imposibles. Ven, pues quiero compartir contigo lo que es darlo todo, a cambio de nada.

Quiero compartir contigo lo que es actuar en caliente, y enfriarte cuando ya es tarde. Por eso, no te preocupes. Mantendré esta chimenea activa, y la alimentaré con las ramas de la desazón y la desesperanza. No te preocupes. Seguirá fría cuando vuelvas.


Para María Romero. 


Palabras clave: Compartir, dentadura y ventilador.

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