Ya llega otro papel
que se quema,
y no me reconocieron
mis huidizos ojos.
Acabé con todo lo
que crecía a mi lado,
lo siento por eso,
soy asesino redentor.
Tal vez se cierre
por siempre un ciclo,
y comience la nada,
buscando un camino.
Tal vez permanezca
girando la rueda,
y las ilusiones
se vuelvan reales.
Sólo sé que luché
como lucha un ruiseñor,
cantando a través
de las heridas.
Sólo sé que di hasta
el último rincón
de mis emociones,
aunque no como quería.
Y me quise acercar
a otras sombras,
de verdad que sí,
pero nunca lo conseguí.
Y me quise olvidar
del fuego que abrasa,
del frío que quema,
del agua que ahoga.
Y me quise olvidar
de tus labios imposibles,
de tus manos lejanas,
de tu figura desconocida.
Y es como querer hundir
el cielo que se alza,
aún cuando cierras
todas las ventanas.
No soy sin ti, y tú sin mí eres,
dos círculos girando
sobre lo mismo, cada año,
un eterno retorno desolador.
Ahora aguardaré por
un último soplo de aire,
y si no llega, me iré,
allí donde nunca estuve.
Feliz 2016 a tod@s :)
Bienvenido a un mundo tan abstracto como lo que pasa por mi cabeza. Literatura rompecabezas que significa cualquier cosa menos la que es. O puede que veas la realidad.

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jueves, 31 de diciembre de 2015
sábado, 3 de octubre de 2015
El río
- Hoy has llegado antes que yo. Es extraño. Suelo verte cuando ya no se distinguen las piedras del camino.
- Puede ser que tuviese más tiempo hoy.
- Bien. Me parece bien. Eso nos deja un rato más extenso, espero.
- Tal vez. ¿Sabes? Hoy he visto que el bosque estaba distinto. Como que... No, seguro que son figuraciones mías. Vamos, siéntate. Siempre me lo dices y hoy te quedas de pie.
Me siento a su lado, y decido no preguntarle a qué se refiere. Porque yo también lo he notado. El cambio.
- He estado reflexionando, ¿sabes? Y es posible que sea cierto lo que me dijiste. Que el pasado se me queda pegado como una mancha. Un rastro oscuro que tapa toda la luz que puedas ver. Y, quizá por eso, me extraña y me aterra el que sigas viniendo. Vi una película en la que decían que el pasado sólo son historias que nos contamos a nosotros mismos. Y podría decir que coincido. Pero tú, de alguna manera, rompes con esa máxima.
- ¿Por qué?
- Porque sigues aquí.
- Pero entonces no soy el pasado. Ni tú tampoco. ¿Quieres saber lo que es el pasado? Acompáñame.
Le extendí la mano, y, cogiéndola tras un momento de duda, me siguió a través del bosque. Llegamos a un lugar donde había dispuesto un montón de hojarasca con ramitas secas, al lado de un río de aguas tranquilas.
- Espera un momento.
Me acerqué al montón de leña y le prendí fuego. Unas llamas vivaces devoraron las hojas marrones y las ramitas. Me volví hacia ella.
- ¿Ves ese fuego? Eso es el pasado. Y todo aquello que produce el pasado, que deja rastro de él, son las cenizas que dejarán las hojas. Este fuego se apagará. Y, dime, ¿qué esperas rescatar de lo que quede? Tal vez un comportamiento razonable. Nada más. No se puede más.
- Pero, ¿y el amor?, ¿qué hay del amor? ¿Acaso no está?
- Claro que sí. Pero no ahí. Lo has tenido justo al lado.
- ¿Te refieres al río?
- Exacto. El amor no arde. Porque no tiene un único curso. No puede pertenecer al pasado porque el pasado sólo tiene una razón de ser. El amor, en cambio, es voluble. Puede secarse el río, es cierto. Y también puede llegar a un punto en el que no cese de ir por el mismo trayecto. Pero eso no es obligatorio, ni tampoco se da necesariamente.
- ¿Y cómo puede de profundo ser el amor?
- ¿Te gustaría comprobarlo?
- Sí.
- Yo no te lo aconsejo.
- ¿Por qué?
- Verás, dijiste al llegar que habías notado cambios, ¿no es así? La razón es, que hoy el bosque me percibe a mí. Todo lo que ves tiene un reflejo en mi interior.
- Comprendo... Pero, ¿qué tiene que ver eso?
- Es muy sencillo. Si entras en el río para comprobar cómo de profundo puede ser el amor, entonces...
Silencio.
- ¿Entonces, qué?
- Morirías ahogada.
https://youtu.be/lD0IlFhSI7Y
- Puede ser que tuviese más tiempo hoy.
- Bien. Me parece bien. Eso nos deja un rato más extenso, espero.
- Tal vez. ¿Sabes? Hoy he visto que el bosque estaba distinto. Como que... No, seguro que son figuraciones mías. Vamos, siéntate. Siempre me lo dices y hoy te quedas de pie.
Me siento a su lado, y decido no preguntarle a qué se refiere. Porque yo también lo he notado. El cambio.
- He estado reflexionando, ¿sabes? Y es posible que sea cierto lo que me dijiste. Que el pasado se me queda pegado como una mancha. Un rastro oscuro que tapa toda la luz que puedas ver. Y, quizá por eso, me extraña y me aterra el que sigas viniendo. Vi una película en la que decían que el pasado sólo son historias que nos contamos a nosotros mismos. Y podría decir que coincido. Pero tú, de alguna manera, rompes con esa máxima.
- ¿Por qué?
- Porque sigues aquí.
- Pero entonces no soy el pasado. Ni tú tampoco. ¿Quieres saber lo que es el pasado? Acompáñame.
Le extendí la mano, y, cogiéndola tras un momento de duda, me siguió a través del bosque. Llegamos a un lugar donde había dispuesto un montón de hojarasca con ramitas secas, al lado de un río de aguas tranquilas.
- Espera un momento.
Me acerqué al montón de leña y le prendí fuego. Unas llamas vivaces devoraron las hojas marrones y las ramitas. Me volví hacia ella.
- ¿Ves ese fuego? Eso es el pasado. Y todo aquello que produce el pasado, que deja rastro de él, son las cenizas que dejarán las hojas. Este fuego se apagará. Y, dime, ¿qué esperas rescatar de lo que quede? Tal vez un comportamiento razonable. Nada más. No se puede más.
- Pero, ¿y el amor?, ¿qué hay del amor? ¿Acaso no está?
- Claro que sí. Pero no ahí. Lo has tenido justo al lado.
- ¿Te refieres al río?
- Exacto. El amor no arde. Porque no tiene un único curso. No puede pertenecer al pasado porque el pasado sólo tiene una razón de ser. El amor, en cambio, es voluble. Puede secarse el río, es cierto. Y también puede llegar a un punto en el que no cese de ir por el mismo trayecto. Pero eso no es obligatorio, ni tampoco se da necesariamente.
- ¿Y cómo puede de profundo ser el amor?
- ¿Te gustaría comprobarlo?
- Sí.
- Yo no te lo aconsejo.
- ¿Por qué?
- Verás, dijiste al llegar que habías notado cambios, ¿no es así? La razón es, que hoy el bosque me percibe a mí. Todo lo que ves tiene un reflejo en mi interior.
- Comprendo... Pero, ¿qué tiene que ver eso?
- Es muy sencillo. Si entras en el río para comprobar cómo de profundo puede ser el amor, entonces...
Silencio.
- ¿Entonces, qué?
- Morirías ahogada.
https://youtu.be/lD0IlFhSI7Y
viernes, 17 de abril de 2015
Arriba
Una mirada al horizonte, donde las paredes de los edificios tapan la vista. Un lugar donde las utopías nunca se terminarán, abnegado el presente en una ola de confusión, donde los términos se usan al antojo y pierden su valor original.
Y allí, al fondo de los suburbios, una mano altruista parece querer romper con los moldes predeterminados, la presencia de una hebra de luz sobre un suelo oscuro como el carbón que lo construyó.
No es a la soledad a quien debes temer, no, pues es un ser que, aunque sus besos sepan amargos, únicamente es un ente neutral. Un abrazo ausente, una caricia imaginaria. No esperes más. No asesina como la mentira, esa aliada de lo social.
Y me quedo aquí, observando, huyendo, y levantando castillos frente a todo lo que se acerca. No es maldad, ni siquiera indiferencia, es la mano que siembra lo mismo que ha recogido.
Es la mano de fuego que ya se ha congelado. Un último suspiro, y la certeza de que solo vendrán los que quieran asaltar las murallas.
Para Melissa.
Palabras clave: Utopía, altruismo y soledad
Y allí, al fondo de los suburbios, una mano altruista parece querer romper con los moldes predeterminados, la presencia de una hebra de luz sobre un suelo oscuro como el carbón que lo construyó.
No es a la soledad a quien debes temer, no, pues es un ser que, aunque sus besos sepan amargos, únicamente es un ente neutral. Un abrazo ausente, una caricia imaginaria. No esperes más. No asesina como la mentira, esa aliada de lo social.
Y me quedo aquí, observando, huyendo, y levantando castillos frente a todo lo que se acerca. No es maldad, ni siquiera indiferencia, es la mano que siembra lo mismo que ha recogido.
Es la mano de fuego que ya se ha congelado. Un último suspiro, y la certeza de que solo vendrán los que quieran asaltar las murallas.
Para Melissa.
Palabras clave: Utopía, altruismo y soledad
lunes, 23 de marzo de 2015
Dolor de garganta
En el fondo de la caverna roja un insecto golpea sobre la frágil pared. Nada consigue matarlo, y por las demás salidas solo se vierte sangre. La voz sale cambiada, débil, no se propaga como debería porque es retenida por afiladas cuchillas en su intento por subir hacia arriba, en el centro de la cueva.
Tampoco pudieron salvar mi hogar los consejos de una paladín de los colores, haciendo mezclas agridulces con sus idas y venidas. Me quedo aquí, sentado, mientras observo los muebles arder, tomándome una taza de café, frío, que desgarre las aberturas. No espero a ningún bombero, porque nada puede salvar ninguna cosa buena de las cenizas. Quizá, al fondo, un dibujo aún por empezar, donde solo la mitad de mí se consume y la otra se sube a la barca del olvido.
Tampoco pudieron salvar mi hogar los consejos de una paladín de los colores, haciendo mezclas agridulces con sus idas y venidas. Me quedo aquí, sentado, mientras observo los muebles arder, tomándome una taza de café, frío, que desgarre las aberturas. No espero a ningún bombero, porque nada puede salvar ninguna cosa buena de las cenizas. Quizá, al fondo, un dibujo aún por empezar, donde solo la mitad de mí se consume y la otra se sube a la barca del olvido.
domingo, 1 de marzo de 2015
Dimensiones
Me he perdido en el desierto. El camello se escapó mientras dormía, rompiendo la cuerda, y ahora me he quedado sin nada. Solo veo a mi alrededor oceános de fuego y arena, muerte. Los buitres ya danzan sobre mi cabeza, y sé muy bien lo que eso significa. No puedo seguir más. Me siento en el suelo. Cuando vine por primera vez me resultaba abrasador, ya me he acostumbrado. Cierro los ojos, y me desvanezco.
Despierto tirado en la nieve, muerto de frío. Me quedo quieto, estupefacto, y cojo un poco. ¿Nieve? ¿Aquí?
Y no solo nieve, también árboles. Y tres niños jugando. Me incorporo un poco y me acerco a ellos. Me observan con desconfianza, y es normal, pues mi aspecto debe ser lamentable.
- Hola niños. ¿Qué hacéis? - Les sonrío.
Una niña, más confiada que los otros, responde.
- Un muñeco de nieve. ¿Verdad que se parece a un minion? Le hemos puesto unas gafas que Juan tenía de sobra.
Acto seguido el otro niño, imagino que Juan, le conmina a callarse.
- Chisst, no le digas nada, ¿y si es un hombre malo? ¿Qué quiere? - Me pregunta, desafiante.
- No seas así, Juan, no parece malo. -Responde el otro niño.
- Pero Lorenzo... Es extraño que venga así como así, sin conocernos. ¿Tú qué opinas María? - Inquiere Juan.
- Pues, que lo puede decidir Jiuma.
- Buena idea. - Aprueban.
- ¿Jiuma?
- Es el espíritu del bosque. Suele jugar con nosotros. Te llevaremos ante él para ver si de verdad eres o no un hombre malo.
- De acuerdo.
Vaya con los niños. Si fuesen todos así no habría nunca secuestros. Parecen policías. De todos modos, no sé nada de este sitio. ¿Han dicho espíritu del bosque? Espero que sea una broma y me lleven ante un adulto, para ver qué ocurre.
Los niños me llevan hacia el interior de lo que parece un bosque de abetos, y allí me encuentro a Jiuma.
- ¿¡Un oso panda!? Vámonos de aquí niños. Esto es peligroso.
- ¿Pero qué dices? Es Jiuma, y es muy simpático. ¿Verdad? - Dice María.
Entonces el oso se da la vuelta. Tiene una cara amistosa, como si estuviese sonriendo.
- Pues claro que sí. Solo con quienes se lo merecen.
Eso ha sido extraño. No solo porque pueda hablar, sino porque tiene voz de chica.
- ¿Qué haces aquí? ¿Cómo has podido entrar? - Inquiere, asustado.
- Eso me gustaría a mí saber. ¿Dónde estoy?
El panda se relaja un poco, y me observa fijamente, analizándome.
- Está bien. No pareces un enemigo. Estás en la décima dimensión de los sueños. Para que lo entiendas, diré que has estado buscando algo, pero que no has podido alcanzarlo. No suele venir nadie aquí. Solo los niños.
- ¿Y cómo salgo de aquí? ¿Por qué solo vienen los niños?
- Verás, dudo que puedas salir de aquí, al menos yo no lo sé cómo se hace. Eso está en uno mismo. Y, los niños son los que vienen aquí porque son ellos los que siempre persiguen cosas que no pueden obtener. Es extraño ver a alguien así entre los adultos.
Ahora lo entendía todo. Resignación, aceptación. Conocer cuál es tu lugar. Todo eso mata la búsqueda de metas que se antojan imposibles. No sabía cómo sentirme al encontrarme allí, con el espíritu de un niño y el cuerpo de un adulto. ¿Me quedaría ahí por siempre? ¿Volvería al desierto? Solo el tiempo lo dirá.
Para Concha.
Palabras clave: Minion, copo de nieve, panda.
Despierto tirado en la nieve, muerto de frío. Me quedo quieto, estupefacto, y cojo un poco. ¿Nieve? ¿Aquí?
Y no solo nieve, también árboles. Y tres niños jugando. Me incorporo un poco y me acerco a ellos. Me observan con desconfianza, y es normal, pues mi aspecto debe ser lamentable.
- Hola niños. ¿Qué hacéis? - Les sonrío.
Una niña, más confiada que los otros, responde.
- Un muñeco de nieve. ¿Verdad que se parece a un minion? Le hemos puesto unas gafas que Juan tenía de sobra.
Acto seguido el otro niño, imagino que Juan, le conmina a callarse.
- Chisst, no le digas nada, ¿y si es un hombre malo? ¿Qué quiere? - Me pregunta, desafiante.
- No seas así, Juan, no parece malo. -Responde el otro niño.
- Pero Lorenzo... Es extraño que venga así como así, sin conocernos. ¿Tú qué opinas María? - Inquiere Juan.
- Pues, que lo puede decidir Jiuma.
- Buena idea. - Aprueban.
- ¿Jiuma?
- Es el espíritu del bosque. Suele jugar con nosotros. Te llevaremos ante él para ver si de verdad eres o no un hombre malo.
- De acuerdo.
Vaya con los niños. Si fuesen todos así no habría nunca secuestros. Parecen policías. De todos modos, no sé nada de este sitio. ¿Han dicho espíritu del bosque? Espero que sea una broma y me lleven ante un adulto, para ver qué ocurre.
Los niños me llevan hacia el interior de lo que parece un bosque de abetos, y allí me encuentro a Jiuma.
- ¿¡Un oso panda!? Vámonos de aquí niños. Esto es peligroso.
- ¿Pero qué dices? Es Jiuma, y es muy simpático. ¿Verdad? - Dice María.
Entonces el oso se da la vuelta. Tiene una cara amistosa, como si estuviese sonriendo.
- Pues claro que sí. Solo con quienes se lo merecen.
Eso ha sido extraño. No solo porque pueda hablar, sino porque tiene voz de chica.
- ¿Qué haces aquí? ¿Cómo has podido entrar? - Inquiere, asustado.
- Eso me gustaría a mí saber. ¿Dónde estoy?
El panda se relaja un poco, y me observa fijamente, analizándome.
- Está bien. No pareces un enemigo. Estás en la décima dimensión de los sueños. Para que lo entiendas, diré que has estado buscando algo, pero que no has podido alcanzarlo. No suele venir nadie aquí. Solo los niños.
- ¿Y cómo salgo de aquí? ¿Por qué solo vienen los niños?
- Verás, dudo que puedas salir de aquí, al menos yo no lo sé cómo se hace. Eso está en uno mismo. Y, los niños son los que vienen aquí porque son ellos los que siempre persiguen cosas que no pueden obtener. Es extraño ver a alguien así entre los adultos.
Ahora lo entendía todo. Resignación, aceptación. Conocer cuál es tu lugar. Todo eso mata la búsqueda de metas que se antojan imposibles. No sabía cómo sentirme al encontrarme allí, con el espíritu de un niño y el cuerpo de un adulto. ¿Me quedaría ahí por siempre? ¿Volvería al desierto? Solo el tiempo lo dirá.
Para Concha.
Palabras clave: Minion, copo de nieve, panda.
lunes, 23 de febrero de 2015
Signal fire
Hoy alguien me lanzó una botella de oxígeno. No sé si por casualidad, o inducido por señales. El caso es, que vuelvo a respirar. No sé si bien, porque el fuego atravesó mis pulmones. Puede ser que esté en un desierto y solo vea espejismos donde yo creo ver una realidad. Es posible que alguien salve el día, o que la grieta de la suerte me devore hacia las entrañas de la oscuridad. No lo sé. Me quité la máscara, ya lo ves, pero eso puede hacer que tus manos desgarren mis ojos. Es lo que tiene la vulnerabilidad.
Me quedé descalzo, de pie. Puedes arrancarme la piel, también. Mis soldados tienen muchos pies, pero ningún arma. Ya dispararon sus flechas.
Ya lo ves, las luces del alma me hicieron respirar, lo que no sé, es por cuánto tiempo.
http://youtu.be/11KD3gN6Bus
Me quedé descalzo, de pie. Puedes arrancarme la piel, también. Mis soldados tienen muchos pies, pero ningún arma. Ya dispararon sus flechas.
Ya lo ves, las luces del alma me hicieron respirar, lo que no sé, es por cuánto tiempo.
http://youtu.be/11KD3gN6Bus
jueves, 2 de enero de 2014
Devorar miedos
Se abren precipicios en medio del mar, y las olas engullen los puentes formados entre tus manos y las mías. ¿Qué puede más? Paises inestables que se fragmentan y se unen al mismo tiempo, confusos, igual que dos lobos que se lamen las heridas después de batallar. Sonrisas que se transforman en nubes que cubren el cielo de Oriente. Los sueños se vuelven pesadillas cuando el sueño vence a la apatía y la ansiedad. Todos tenemos un arma que no se ve, que cuando se lanza se clava igual que el viento, cubriendo el cuerpo y los ojos, y quizá no somos conscientes de lanzarla, pero aprisiona con la fuerza de los mitológicos dioses del Parnaso.
Una cerilla en mi mano para prender el fuego en medio de una lluvia torrencial, y aunque yo esté envuelto en llamas, nada a mi alrededor arde, y quizá sea obstinencia, quizá cabezonería, pero quiero terminar prendiendo el fuego. Aunque la lluvia haga tiritar, y el agua golpee con pesadez sobre la piel de mi cuerpo desnudo. No importa si las gotas no cesan de caer. Me gusta ese sitio. No quiero permanecer en ningún otro lado. Y si el barro me cubre las rodillas, seguiré de pie frente a sus ojos, da igual si no hay puentes y las olas son abismales. Puedo nadar. Y sé que ella se lanzará a por mí antes de que me ahogue.
Una cerilla en mi mano para prender el fuego en medio de una lluvia torrencial, y aunque yo esté envuelto en llamas, nada a mi alrededor arde, y quizá sea obstinencia, quizá cabezonería, pero quiero terminar prendiendo el fuego. Aunque la lluvia haga tiritar, y el agua golpee con pesadez sobre la piel de mi cuerpo desnudo. No importa si las gotas no cesan de caer. Me gusta ese sitio. No quiero permanecer en ningún otro lado. Y si el barro me cubre las rodillas, seguiré de pie frente a sus ojos, da igual si no hay puentes y las olas son abismales. Puedo nadar. Y sé que ella se lanzará a por mí antes de que me ahogue.
martes, 24 de diciembre de 2013
And I'm yours
Cuando llegué al bosque de las Ánimas habían cambiado bastantes cosas. Los árboles, desnudos y delgados, dejaban un ambiente triste y desolador. Me senté allí, encima de una seta gigante, y miraba cómo el reloj de arena iba cayendo grano a grano sobre el viento. Y entonces la vi, hablándome desde dos direcciones distintas, pues su voz se propaga por el viento igual que el polen de las hermosas florecillas que habitan en Northumbria.
Había conseguido llevar el paquete a su destinataria, y decidimos ir a un lugar seguro para poder ver el contenido. Avanzamos por el bosque, y los elfos que antaño moraban en sus casas árbol habían abandonado sus hogares, seguramente por la inestabilidad del tiempo. Tuvimos que cambiar de ruta para poder quedarnos en un lugar donde los ojos del mal no pudieran acecharnos. Se veían a los animales correr entre los caminos, apresurados, como si algo maligno se acercase, aunque luego se vería que todo ello no eran más que fábulas.
Llegamos a una pequeña aldea, llamada Baolimco, donde pudimos parar en una posada. Nos sirvieron té hecho con las distintas hierbas del bosque, y adquirían una tonalidad naranja, y un sabor distinto al que estaba acostumbrado, pero aún así, estaba bueno.
Entregué a aquella muchacha la correspondencia, y, aunque ya la había visto otras veces, y estábamos conectados por el hilo de los ancestros, se sentía como la primera vez. Pero no porque no la conociese, sino porque las emociones eran las mismas del primer día, incluso más intensas, igual que un río siendo desbordado por sus afluentes. Y echaba anclas en sus ojos, y el color del fuego movía su cuerpo cuando comenzaba a descifrar las palabras élficas de la misiva. El ejército de la Risa, y la marca de Alegría tomaron aquel lugar, pasando a carcajadas a todo el mundo. Y, cuando yo pude verme en ella con total claridad, los vasos se desbordaron junto al calor de las llamas.
La sangre ya no transportaba glóbulos rojos o blancos, sino una gran dosis de droga que la proporcionaba ella sin que yo tuviera que ingerir, fumar o inyectarme nada. Se sentía como una explosión de colores en mitad del oscuro firmamento. Y acariciar la proa con las velas del barco inicia una ligera brisa de sensaciones en la piel.
A la hora de marcharnos, seguimos el viaje por senderos oscuros, pero protegiéndonos entre ambos en todo momento. Los cuervos volaban por doquier, y ella los espantaba con el brillo de sus alas, aunque los enemigos más poderosos, como los troll, tenían un efecto negativo en ella. Cuando nos tuvimos que separar, el reloj de arena casi se había consumido, y yo me aferré a ella, como si así, en esos segundos, pudiera evitar que el reloj siguiese su curso, y continuar así para siempre.
Al alejarse, comenzó una carrera por mi vida, en la que su olor corporal me acompañaba en el viaje. Ella decía que me aceleraba, y era cierto, yo seguí corriendo hasta que las únicas fuerzas que tenía eran las de poder volver a verla en otra ocasión, cuando la guillotina de las horas no pendiese de un hilo en mi cabeza. Y, mientras me alejaba en la enormidad de la noche, las plumas que llevaba conmigo me decían que no solo el comesueños podía ejercer su poder en el subconsciente, sino que su sola presencia derribaba cualquier otra posibilidad de sueño.
http://youtu.be/q9ayN39xmsI
Había conseguido llevar el paquete a su destinataria, y decidimos ir a un lugar seguro para poder ver el contenido. Avanzamos por el bosque, y los elfos que antaño moraban en sus casas árbol habían abandonado sus hogares, seguramente por la inestabilidad del tiempo. Tuvimos que cambiar de ruta para poder quedarnos en un lugar donde los ojos del mal no pudieran acecharnos. Se veían a los animales correr entre los caminos, apresurados, como si algo maligno se acercase, aunque luego se vería que todo ello no eran más que fábulas.
Llegamos a una pequeña aldea, llamada Baolimco, donde pudimos parar en una posada. Nos sirvieron té hecho con las distintas hierbas del bosque, y adquirían una tonalidad naranja, y un sabor distinto al que estaba acostumbrado, pero aún así, estaba bueno.
Entregué a aquella muchacha la correspondencia, y, aunque ya la había visto otras veces, y estábamos conectados por el hilo de los ancestros, se sentía como la primera vez. Pero no porque no la conociese, sino porque las emociones eran las mismas del primer día, incluso más intensas, igual que un río siendo desbordado por sus afluentes. Y echaba anclas en sus ojos, y el color del fuego movía su cuerpo cuando comenzaba a descifrar las palabras élficas de la misiva. El ejército de la Risa, y la marca de Alegría tomaron aquel lugar, pasando a carcajadas a todo el mundo. Y, cuando yo pude verme en ella con total claridad, los vasos se desbordaron junto al calor de las llamas.
La sangre ya no transportaba glóbulos rojos o blancos, sino una gran dosis de droga que la proporcionaba ella sin que yo tuviera que ingerir, fumar o inyectarme nada. Se sentía como una explosión de colores en mitad del oscuro firmamento. Y acariciar la proa con las velas del barco inicia una ligera brisa de sensaciones en la piel.
A la hora de marcharnos, seguimos el viaje por senderos oscuros, pero protegiéndonos entre ambos en todo momento. Los cuervos volaban por doquier, y ella los espantaba con el brillo de sus alas, aunque los enemigos más poderosos, como los troll, tenían un efecto negativo en ella. Cuando nos tuvimos que separar, el reloj de arena casi se había consumido, y yo me aferré a ella, como si así, en esos segundos, pudiera evitar que el reloj siguiese su curso, y continuar así para siempre.
Al alejarse, comenzó una carrera por mi vida, en la que su olor corporal me acompañaba en el viaje. Ella decía que me aceleraba, y era cierto, yo seguí corriendo hasta que las únicas fuerzas que tenía eran las de poder volver a verla en otra ocasión, cuando la guillotina de las horas no pendiese de un hilo en mi cabeza. Y, mientras me alejaba en la enormidad de la noche, las plumas que llevaba conmigo me decían que no solo el comesueños podía ejercer su poder en el subconsciente, sino que su sola presencia derribaba cualquier otra posibilidad de sueño.
http://youtu.be/q9ayN39xmsI
martes, 19 de noviembre de 2013
Frozen and burning
Me dijeron que el amor termina muriendo de frío en medio de una noche nevada en el punto más alto del Everest. Que, como una gran hoguera que ilumina el cielo, va apagándose, con el paso de los días.
Frío. Frío. Congelación.
Me contaron que las olas del mar devoran su destartalado barco de madera en las noches de tormenta. Que, al igual que la luz del faro que vigila el mar, va perdiendo su brillo hasta apagarse si nadie le auxilia.
Desgaste. Desgaste. Oscuridad.
Me aseguraron que el amor era un hombre amable que acababa por volverse un fantasma. Que, lo mismo que un moribundo, va dejando cada vez menos su huella entre nosotros, hasta dejar solo restos.
Debilitamiento. Debilitamiento. Muerte.
Lo que nadie me dijo es que se puede quedar en un punto medio, en el que cuando ella lanza chispas, el fuego comienza a arder de nuevo, el faro se ilumina, y el moribundo recupera el color de sus mejillas. Y todo ello sin que realmente se alcance la máxima potencia. Porque la verdad es, que no se ha consumado.
Frío. Frío. Congelación.
Me contaron que las olas del mar devoran su destartalado barco de madera en las noches de tormenta. Que, al igual que la luz del faro que vigila el mar, va perdiendo su brillo hasta apagarse si nadie le auxilia.
Desgaste. Desgaste. Oscuridad.
Me aseguraron que el amor era un hombre amable que acababa por volverse un fantasma. Que, lo mismo que un moribundo, va dejando cada vez menos su huella entre nosotros, hasta dejar solo restos.
Debilitamiento. Debilitamiento. Muerte.
Lo que nadie me dijo es que se puede quedar en un punto medio, en el que cuando ella lanza chispas, el fuego comienza a arder de nuevo, el faro se ilumina, y el moribundo recupera el color de sus mejillas. Y todo ello sin que realmente se alcance la máxima potencia. Porque la verdad es, que no se ha consumado.
sábado, 9 de noviembre de 2013
El desconocido
La noche nace en espejos de luto.
Sombríos ramos húmedos
ciñen su pecho y su cintura,
su cuerpo azul, infinito y tangible.
No la puebla el silencio: rumores silenciosos,
peces fantasmas, se deslizan, fosforecen, huyen.
La noche es verde, vasta y silenciosa.
La noche es morada y azul.
Es de fuego y es de agua.
La noche es de mármol negro y de humo.
En sus hombros nace un río que se curva,
una silenciosa cascada de plumas negras.
La noche es un beso infinito de las tinieblas infinitas.
Todo se funde en ese beso,
todo arde en esos labios sin límites,
y el nombre y la memoria
son un poco de ceniza y olvido
en esa entraña que sueña.
Noche, dulce fiera,
boca de sueño, ojos de llama fija y ávida,
océano,
extensión infinita y limitada como un cuerpo acariciado a oscuras,
indefensa y voraz como el amor,
detenida al borde del alba como un venado a la orilla del susurro o del miedo,
río de terciopelo y ceguera,
respiración dormida de un corazón inmenso, que perdona:
el desdichado, el hueco,
el que lleva por máscara su rostro,
cruza tus soledades, a solas con su alma.
Tu silencio lo llama,
rozan su piel tus alas negras,
donde late el olvido sin fronteras,
mas él cierra los poros de su alma
al infinito que lo tienta,
ensimismado en su árida pelea.
Nadie lo sigue, nadie lo acompaña.
En su boca elocuente la mentira se anida,
su corazón está poblado de fantasmas
y el vacío hace desiertos los latidos de su pecho.
Dos perros amarillos, hastío y avidez, disputan en su alma.
Su pensamiento recorre siempre las mismas salas deshabitadas,
sin encontrar jamás la forma que agote su impaciencia,
el muro del perdón o de la muerte.
Pero su corazón aún abre las alas
como un águila roja en el desierto.
Suenan las flautas de la noche.
El mundo duerme y canta.
Canta dormido el mar;
ojo que tiembla absorto,
el cielo es un espejo donde el mundo se contempla,
lecho de transparencia para su desnudez.
Él marcha solo, infatigable,
encarcelado en su infinito,
como un solitario pensamiento,
como un fantasma que buscara un cuerpo.
Octavio Paz.
Sombríos ramos húmedos
ciñen su pecho y su cintura,
su cuerpo azul, infinito y tangible.
No la puebla el silencio: rumores silenciosos,
peces fantasmas, se deslizan, fosforecen, huyen.
La noche es verde, vasta y silenciosa.
La noche es morada y azul.
Es de fuego y es de agua.
La noche es de mármol negro y de humo.
En sus hombros nace un río que se curva,
una silenciosa cascada de plumas negras.
La noche es un beso infinito de las tinieblas infinitas.
Todo se funde en ese beso,
todo arde en esos labios sin límites,
y el nombre y la memoria
son un poco de ceniza y olvido
en esa entraña que sueña.
Noche, dulce fiera,
boca de sueño, ojos de llama fija y ávida,
océano,
extensión infinita y limitada como un cuerpo acariciado a oscuras,
indefensa y voraz como el amor,
detenida al borde del alba como un venado a la orilla del susurro o del miedo,
río de terciopelo y ceguera,
respiración dormida de un corazón inmenso, que perdona:
el desdichado, el hueco,
el que lleva por máscara su rostro,
cruza tus soledades, a solas con su alma.
Tu silencio lo llama,
rozan su piel tus alas negras,
donde late el olvido sin fronteras,
mas él cierra los poros de su alma
al infinito que lo tienta,
ensimismado en su árida pelea.
Nadie lo sigue, nadie lo acompaña.
En su boca elocuente la mentira se anida,
su corazón está poblado de fantasmas
y el vacío hace desiertos los latidos de su pecho.
Dos perros amarillos, hastío y avidez, disputan en su alma.
Su pensamiento recorre siempre las mismas salas deshabitadas,
sin encontrar jamás la forma que agote su impaciencia,
el muro del perdón o de la muerte.
Pero su corazón aún abre las alas
como un águila roja en el desierto.
Suenan las flautas de la noche.
El mundo duerme y canta.
Canta dormido el mar;
ojo que tiembla absorto,
el cielo es un espejo donde el mundo se contempla,
lecho de transparencia para su desnudez.
Él marcha solo, infatigable,
encarcelado en su infinito,
como un solitario pensamiento,
como un fantasma que buscara un cuerpo.
Octavio Paz.
jueves, 7 de noviembre de 2013
No hay regreso
Podemos gastar dinero, teniendo la certeza de que alguna vez regresará a nosotros. Compraremos un regalo, un capricho, o tal vez comida, ropa u otras cosas. Pero, a diferencia del dinero, el tiempo no vuelve. No tiene esa capacidad. Por ello conviene elegir cuidadosamente en qué lo gastamos. Mi consejo en este punto es que lo aproveche al máximo. No lo pierda dejando que el cerebro se vuelva un encefalograma plano frente a la televisión. Hay muchas cosas. Úselo para leer, dedíquelo a otras personas, o a alguien especial. Mejore como persona, no se aborregue, no se quede por detrás en el camino. Y, sobre todo, haga lo que haga, procure que le guste. Si empieza a hacer cosas que le desagradan será como colocar a las personas del mundo de las horas en un pelotón de fusilamiento, donde usted mismo da la orden de abrir fuego.
viernes, 11 de octubre de 2013
Historia de una H que no quería ser muda
Mundos de sombras dominan las dos líneas de fuego, que hay entre tus manos y las mías. Esta vez fue rápido y cercano el lugar señalado. Una selva virgen donde la mosca tsé-tsé hace estragos a su paso. Pero estaba seguro, porque su halo me protegía de cualquier peligro. Nos sentamos junto a un río cercano, y, mientras hablabámos, ella observaba el paisaje. Miraba las combinaciones de colores, el vuelo de las hojas, el azul del cielo, o las briznas de hierba. Yo, en cambio, exploraba sus facciones. ¿Qué necesidad había de mirar alrededor? Sus dos dulces terrones de tierra azucarada ya hacían de espejo sobre la realidad. Pero, por mucho que quisiera penetrar dentro, una enorme caja acorazada se interponía entre mi cuerpo y su interior.
Quizá si hubiera tenido las manos de Lupin, habría podido entrar rápidamente, pero aquello me decía que debía ir con cuidado, con tacto, hasta conseguir abrirla. No me importaba el tiempo que estuviese allí, intentando dar con la combinación. Sabía que adentro había un botín muy valioso.
Esta vez el aire se reía a menudo, y mis manos tocaban los finos hilos de seda que brotaban de las raíces de la montaña, mientras la atrapaba entre mis brazos y me dejaba embriagar por su perfume. Y, a veces, dejaban de escucharse nuestras voces, era entonces cuando legiones enteras de segundos disparaban sobre nuestros cuerpos. Pero duraban tan poco que, a pesar de continuar oyendo nuestro silencio, se establecía una unión entre sus dos bases y las mías, mediante unas largas cuerdas que se enganchaban en el territorio del otro.
Yo era un ratero de emociones que se había escapado con la hija de un aristócrata, y, mientras esperábamos el transporte que me llevaría de vuelta a casa, aparecieron los guardias para prenderme. Tras un intento de huida, decidí rendirme. Antes de que llegasen adonde me encontraba, arropé entre mis brazos a Helena, deseando estar en un espacio geográfico distinto, donde sus alas se desplieguen sin restricción alguna.
Los murciélagos son ciegos, y solo pueden evitar chocarse mandando ondas ultrasónicas, para determinar si hay obstáculos o no. Tal vez me siento como uno de ellos, solo que en vez de mandar ondas, envío palabras. Y solo tú puedes hacer que siga volando.
http://youtu.be/4jbwUDZLs3E
lunes, 7 de octubre de 2013
Vidas cruzadas
Hoy, por un instante, las conexiones neuronales se esmeraron en dibujar relaciones entre dos mentes alejadas, que dibujaron una brecha durante mucho tiempo. No arde el fuego cuando ya se han consumido las cenizas, no para el tren cuando se ha perdido, y lo que sí queda es el pensamiento de lo que pudo ser y de lo que nunca ha sido.
Pero las cartas de la mano van cambiado, la baraja se modifica, y lo mismo te sale un as que te sale el joker. Y lo mismo te va bien con las dos, pero las reglas del juego no cambian, siempre se mueve la ruleta rusa. No queda nada como una simple anécdota, y, sin embargo, es como si una red interminable se moviera por toda la ciudad, y tú y yo cambiamos aleatoriamente de papel. El insecto y la araña, pero curiosamente, un insecto que ansía ser devorado, y una araña que, ya saciada, se niega a tomar esa vida voluntaria.
"Mi corazón no es más que otro sepulcro. ¿Quién ha muerto en el? Leamos. ¡Espantoso letrero! ¡Aquí yace la esperanza!"- Mariano José de Larra.
http://youtu.be/wNI3ZOnq7Ro
Pero las cartas de la mano van cambiado, la baraja se modifica, y lo mismo te sale un as que te sale el joker. Y lo mismo te va bien con las dos, pero las reglas del juego no cambian, siempre se mueve la ruleta rusa. No queda nada como una simple anécdota, y, sin embargo, es como si una red interminable se moviera por toda la ciudad, y tú y yo cambiamos aleatoriamente de papel. El insecto y la araña, pero curiosamente, un insecto que ansía ser devorado, y una araña que, ya saciada, se niega a tomar esa vida voluntaria.
"Mi corazón no es más que otro sepulcro. ¿Quién ha muerto en el? Leamos. ¡Espantoso letrero! ¡Aquí yace la esperanza!"- Mariano José de Larra.
http://youtu.be/wNI3ZOnq7Ro
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jueves, 3 de octubre de 2013
La hermana Susana se hace puritana
Padre Manuel: He oído hablar de su prestigiosa Orden, y solo he podido tener buenas sensaciones acerca de los relatos que a mis oídos llegaban. Quería decirle que yo también quiero formar parte de su comunidad de fieles devotos, y participar en las actividades, que, me dicen, allí se hacen.
Me encantaría entregar mi cuerpo por completo a Cristo, y mostrarme con entera desnudez ante su penetrante y seductora mirada. Necesito sentir adentro la dureza de su fe, ver cuán larga puede mostrarse en el camino del placer cristiano. Que me inunde toda con su blanca luz, con ese resplandor cegador que, como un chorro de bendiciones, baña todo el cuerpo, de arriba abajo.
Y, por supuesto, sentir en mi paladar el sabor de su carne, tal y como Él dijo; "Tomad y comed, pues este es mi cuerpo." Y, ya en pleno éxtasis religioso, probar algo de su líquido interior, haciendo uso de sus ya conocidas palabras; "Tomad y bebed, pues esta es mi sangre".
Adoraría sentir cómo se endurecen mis castos pechos mientras son tocados por su fuego fraternal, que susurra en mi oído que estaré en el campo de las fieles ovejas, junto a mi Pastor, que nos ordeñaría a todas para librarnos de los pensamientos impuros del malvado Mefistóteles.
Es por todo esto, Su Eminencia, y por muchos más deseos humildes y puritanos, por los que desearía que me aceptase en su Orden. Un piadoso saludo.
Me encantaría entregar mi cuerpo por completo a Cristo, y mostrarme con entera desnudez ante su penetrante y seductora mirada. Necesito sentir adentro la dureza de su fe, ver cuán larga puede mostrarse en el camino del placer cristiano. Que me inunde toda con su blanca luz, con ese resplandor cegador que, como un chorro de bendiciones, baña todo el cuerpo, de arriba abajo.
Y, por supuesto, sentir en mi paladar el sabor de su carne, tal y como Él dijo; "Tomad y comed, pues este es mi cuerpo." Y, ya en pleno éxtasis religioso, probar algo de su líquido interior, haciendo uso de sus ya conocidas palabras; "Tomad y bebed, pues esta es mi sangre".
Adoraría sentir cómo se endurecen mis castos pechos mientras son tocados por su fuego fraternal, que susurra en mi oído que estaré en el campo de las fieles ovejas, junto a mi Pastor, que nos ordeñaría a todas para librarnos de los pensamientos impuros del malvado Mefistóteles.
Es por todo esto, Su Eminencia, y por muchos más deseos humildes y puritanos, por los que desearía que me aceptase en su Orden. Un piadoso saludo.
miércoles, 2 de octubre de 2013
Miradas
Me pierdo en las miradas. Distantes, lejanas y ajenas miradas. O tal vez, cálidas, cercanas y conocidas. Me agrada caer en esos pozos de brea, que prenden con solo acercar una tea encendida. ¿Qué más da si ardo en ellos? Me quedo estupefacto observando los fuegos artificiales en esos charcos espejeantes; silban y estallan en miles de colores, dibujando diversas formas, desde abstracciones a formas animales, como cisnes o hámsters muy bien delimitados.
Y es cierto que no me dejan conexión directa, que se vuelven esquivas y cuesta mantenerlas, pero tal vez sea eso lo hace que, al establecer contacto, la felicidad estalle en una nube oscura de chispas.
Y es cierto que no me dejan conexión directa, que se vuelven esquivas y cuesta mantenerlas, pero tal vez sea eso lo hace que, al establecer contacto, la felicidad estalle en una nube oscura de chispas.
martes, 24 de septiembre de 2013
Me muevo a ambos lados de la línea que trazaste en el suelo. "No cruces aquí, permanece allí, solo en el medio". Palabras que se llevó el viento. Hace frío aquí, en este rincón de mis sueños. Deja que tus plumas cubran mi cuerpo desnudo, dejaremos que nuestro alrededor se convierta en la Tierra del Fuego.
El juego del ahorcado siempre da tu nombre, y nunca caigo en el patíbulo. La multitud enfurecida se marcha y me quitas la soga del cuello, sonriendo, ángel blanco de la impureza, para luego curarme las marcas. Posando tus labios sobre mi amoratado cuello, los nervios fluyen con rapidez; mis sentidos se nublan, aletargados, y el cuerpo entra en un estado de semi-inconsciencia, como si una gran dosis de afrodisíacos hubiesen invadido la sangre, atontando a los glóbulos rojos.
Las cascadas de agua que cubren tu cuerpo susurran una melodía conocida, mientras cortinas de humo impiden que pueda verte con claridad. No sé si has llegado para quedarte, o si, por el contrario, te marcharás con la aurora. No sé si necesitaré un par de hojas o más de un libro, pero sí sé que, de alguna manera, perteneces a mis páginas.
http://youtu.be/_4v0aN5-ICw
El juego del ahorcado siempre da tu nombre, y nunca caigo en el patíbulo. La multitud enfurecida se marcha y me quitas la soga del cuello, sonriendo, ángel blanco de la impureza, para luego curarme las marcas. Posando tus labios sobre mi amoratado cuello, los nervios fluyen con rapidez; mis sentidos se nublan, aletargados, y el cuerpo entra en un estado de semi-inconsciencia, como si una gran dosis de afrodisíacos hubiesen invadido la sangre, atontando a los glóbulos rojos.
Las cascadas de agua que cubren tu cuerpo susurran una melodía conocida, mientras cortinas de humo impiden que pueda verte con claridad. No sé si has llegado para quedarte, o si, por el contrario, te marcharás con la aurora. No sé si necesitaré un par de hojas o más de un libro, pero sí sé que, de alguna manera, perteneces a mis páginas.
http://youtu.be/_4v0aN5-ICw
lunes, 23 de septiembre de 2013
Black Swan
Salí a cazar en un duro invierno. La nieve, fría y veloz, me acuchillaba las mejillas con ayuda del viento; los pies, ataviados con buenas botas, se hundían varios centímetro en blanco y húmedo suelo, haciendo que tuviera que esforzarme mucho para avanzar unos pocos pasos. Ni siquiera la gruesa piel del abrigo me protegía contra las inclemencias del tiempo: empezaba a sentir frío.
Estaba a punto de abandonar la estúpida idea de cazar con aquel temporal, cuando, no muy lejos de allí, vi un estanque, en el que un cisne de color negro, era acosado por otros de color blanco. Se encontraba sin fuerzas, malherido, así que pegué un tiro al aire, para espantar a los indeseables, y me acerqué al otro. Como parecía estar con vida, me quité el abrigo, que ya poco me servía, y, con suma delicadeza, envolví al cisne en él. Lo sostuve entre mis brazos, y emprendí el camino de regreso a casa.
Siempre me gustó aquella casa de madera. Pero ese día no. El frío reptaba por las rendijas de la puerta, por las diminutas aperturas de la madera rajada, y no había forma de entrar en calor. Había dejado al cisne sobre la cama, convenientemente tapado, y, antes de curarlo, quería encender el fuego.
Pero no había forma humana de encenderlo. La madera, insuficientemente seca, solo servía para hacer señales de humo en un hipotético escenario del salvaje oeste. Al rato lo dejé por imposible, y me acerqué al cisne para curarle las posibles heridas, pero, al acercarme, no estaban ni el cisne ni el abrigo.
Busqué por toda la casa, pero no había ni rastro de ellos. Sin abrigo, sin pieza de caza alguna, muerto de frío y agotado. No podía tornarse ya peor el día. Decidí marcharme a la cama, aunque todavía faltaba para la noche, el atardecer estaba avanzado, y yo estaba derrotado.
Me despertó un ruido en mitad de la noche. A ciegas, busqué las cerillas, y encendí el candelabro de la mesita de noche. Ya había cesado de nevar, y aunque la nieve reposaba generosamente en la ventana, se podía ver el exterior. Una luna llena se dibujaba sobre un inmenso mar de copos blancos, de árboles caducos conquistados por el antónimo del negro, y los perennes pinos formaban dualidades diversas con el paisaje. La oscuridad, cerrada, con las estrellas tapadas por nubes grises, que se arremolinaban también junto al preciado satélite. El viento había cesado, y solo la calma parecía reinar, exceptuando los lejanos aullidos de los lobos.
El sonido causante de mi reciente vigilia había sido el crepitar del fuego, que estaba encendido. Mi cara de sorpresa fue de risa, pues no tenía ni la más remota idea de cómo había podido suceder aquello. Me levanté de la cama y fui a observar aquello más de cerca.
Entonces, se apagó el fuego, y la luz del candelabro. Apareció una figura femenina, iluminada solamente por la luz que daba la luna desde el exterior. Llevaba únicamente por vestido un abrigo, sin abrochar, capucha puesta sobre la cabeza: Aquel era mi abrigo.
No supe cómo reaccionar. Aquella magnífica figura se acercaba cada vez más, parsimoniosamente, con seguridad, hacia mí. Los pensamientos se agolpaban en mi cabeza a toda velocidad, como un accidente de coche en cadena, ¡pah!, imagine un montón de bólidos contra la pared.
De lo que no dudaba era que aquella mujer era hermosa, las líneas de su cuerpo, elegantemente definidas; sus pechos, contorneados; y la luz de sus ojos, más brillante que la luz que recibía la luna.
Cuando estaba prácticamente frente a mí, se quitó la capucha y dejó ver su larga melena. Lisa, con cabellos similares a hilos perfectamente formados de las manos de dioses artesanos.
Al estar junto a mí, me dio un abrazo, y, susurrándome al oído, me dijo:
- Gracias.
Se apartó un poco y me dio un fugaz beso en los labios. Inmediatamente después, mis párpados empezaron a pesar más y más, y mi cabeza no me respondía, solo podía caer rendido a la cama.
Al despertar, ya era por la mañana, y gran parte del color predominante durante la noche, había desaparecido. Caían gotas de los árboles marchitos, iluminadas por el sol naciente; el suelo, aún con una capa notable, era lo único que había sobrevivido. A mi lado, dentro de la cama, se encontraba el cisne que había desaparecido el día anterior, curado de sus heridas, y con un brillo en los ojos que me resultaba familiar.
A partir de aquel día, me encontré con unas experiencias similares, en las que, al anochecer, una chica cuidaba de mí, con la misma ternura que yo cuidaba a aquel cisne. Rara vez dijo palabra alguna, pero siempre que dormía junto a mí, sin caer yo presa de su embrujo, en mis oídos retumbaba una y otra vez un nombre: Helena.
Estaba a punto de abandonar la estúpida idea de cazar con aquel temporal, cuando, no muy lejos de allí, vi un estanque, en el que un cisne de color negro, era acosado por otros de color blanco. Se encontraba sin fuerzas, malherido, así que pegué un tiro al aire, para espantar a los indeseables, y me acerqué al otro. Como parecía estar con vida, me quité el abrigo, que ya poco me servía, y, con suma delicadeza, envolví al cisne en él. Lo sostuve entre mis brazos, y emprendí el camino de regreso a casa.
Siempre me gustó aquella casa de madera. Pero ese día no. El frío reptaba por las rendijas de la puerta, por las diminutas aperturas de la madera rajada, y no había forma de entrar en calor. Había dejado al cisne sobre la cama, convenientemente tapado, y, antes de curarlo, quería encender el fuego.
Pero no había forma humana de encenderlo. La madera, insuficientemente seca, solo servía para hacer señales de humo en un hipotético escenario del salvaje oeste. Al rato lo dejé por imposible, y me acerqué al cisne para curarle las posibles heridas, pero, al acercarme, no estaban ni el cisne ni el abrigo.
Busqué por toda la casa, pero no había ni rastro de ellos. Sin abrigo, sin pieza de caza alguna, muerto de frío y agotado. No podía tornarse ya peor el día. Decidí marcharme a la cama, aunque todavía faltaba para la noche, el atardecer estaba avanzado, y yo estaba derrotado.
Me despertó un ruido en mitad de la noche. A ciegas, busqué las cerillas, y encendí el candelabro de la mesita de noche. Ya había cesado de nevar, y aunque la nieve reposaba generosamente en la ventana, se podía ver el exterior. Una luna llena se dibujaba sobre un inmenso mar de copos blancos, de árboles caducos conquistados por el antónimo del negro, y los perennes pinos formaban dualidades diversas con el paisaje. La oscuridad, cerrada, con las estrellas tapadas por nubes grises, que se arremolinaban también junto al preciado satélite. El viento había cesado, y solo la calma parecía reinar, exceptuando los lejanos aullidos de los lobos.
El sonido causante de mi reciente vigilia había sido el crepitar del fuego, que estaba encendido. Mi cara de sorpresa fue de risa, pues no tenía ni la más remota idea de cómo había podido suceder aquello. Me levanté de la cama y fui a observar aquello más de cerca.
Entonces, se apagó el fuego, y la luz del candelabro. Apareció una figura femenina, iluminada solamente por la luz que daba la luna desde el exterior. Llevaba únicamente por vestido un abrigo, sin abrochar, capucha puesta sobre la cabeza: Aquel era mi abrigo.
No supe cómo reaccionar. Aquella magnífica figura se acercaba cada vez más, parsimoniosamente, con seguridad, hacia mí. Los pensamientos se agolpaban en mi cabeza a toda velocidad, como un accidente de coche en cadena, ¡pah!, imagine un montón de bólidos contra la pared.
De lo que no dudaba era que aquella mujer era hermosa, las líneas de su cuerpo, elegantemente definidas; sus pechos, contorneados; y la luz de sus ojos, más brillante que la luz que recibía la luna.
Cuando estaba prácticamente frente a mí, se quitó la capucha y dejó ver su larga melena. Lisa, con cabellos similares a hilos perfectamente formados de las manos de dioses artesanos.
Al estar junto a mí, me dio un abrazo, y, susurrándome al oído, me dijo:
- Gracias.
Se apartó un poco y me dio un fugaz beso en los labios. Inmediatamente después, mis párpados empezaron a pesar más y más, y mi cabeza no me respondía, solo podía caer rendido a la cama.
Al despertar, ya era por la mañana, y gran parte del color predominante durante la noche, había desaparecido. Caían gotas de los árboles marchitos, iluminadas por el sol naciente; el suelo, aún con una capa notable, era lo único que había sobrevivido. A mi lado, dentro de la cama, se encontraba el cisne que había desaparecido el día anterior, curado de sus heridas, y con un brillo en los ojos que me resultaba familiar.
A partir de aquel día, me encontré con unas experiencias similares, en las que, al anochecer, una chica cuidaba de mí, con la misma ternura que yo cuidaba a aquel cisne. Rara vez dijo palabra alguna, pero siempre que dormía junto a mí, sin caer yo presa de su embrujo, en mis oídos retumbaba una y otra vez un nombre: Helena.
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