A eso le siguió el sonido de su voz, su risa. Entonces la música cambió y un montón de explosiones llenaron el horizonte. Él se quedaba mirando, maravillado, como si fuese su cabeza la que creaba aquel espectáculo. Aunque sabía que no. Que aquello era una casualidad más, como lo fue el cruzarse con la chica a la que quería.
Siguió mirando, y en su mente se escenificaban noches en vela, hablando, y una sensación de paz y alegría que lograba crear aquella mujer. Una cascada de pólvora barrió la zona. Le sucedieron luces de colores y sonidos ligeros. A veces lo más pequeño, lo silencioso, es lo que perdura.
Estaba allí, sentado, en una terraza, y se imaginó por un momento que ella se encontraba a su lado.
La música dejó de sonar. Notaba el tacto de su piel, el calor que desprendía. Sus labios se movían. Una lágrima se deslizó por el rostro. A lo lejos, decenas y decenas de puntitos eran disparados, y estallaban sin cesar. El tiempo se volvía lento, y veía como todo tardaba en desaparecer.
Probó a pronunciar su nombre, pero no le salían las palabras. Intentó ver su cara en la maraña de colores, pero no aparecía nada tan bonito como para poder formarla. Hizo el amago de tocarla, pero sabía que allí no había nadie. En la distancia, una pausa. “Ojalá estuviese aquí, viendo esto a mi lado”, dijo para sí.
Aunque le gustaba estar solo, había momentos en los que una fiera le devoraba las entrañas y le hacía rechazar aquel estado. Y la bestia había elegido aquel momento para atacar. Y era una situación extraña, porque, ¿cómo echas de menos algo que no has experimentado? ¿Echas de menos la sensación que crees poder sentir? Porque, por imposible que parezca, él echaba en falta el contacto físico con aquella chica.
Se sacudió como para sacarse de la cabeza la melancolía, y se quedó con la mirada fija en un único punto. Entonces, como si algo prendiese en su interior, su corazón le mostró lo feliz que podía ser aún sin que estuviera ella al lado. Una sacudida de emociones y recuerdos le hicieron olvidar la momentánea tristeza. Y, como si lo hubiesen notado, los fuegos artificiales salieron como una exhalación, y colorearon la oscuridad como nunca habían hecho antes. Los ojos de él brillaron mientras veía el escenario, y una sonrisa se colocó en su rostro. Fue en ese instante cuando pudo decir el nombre.
– Clara.
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