Marcos
siguió el rastro de la sangre. La herida debía estar en una parte
elevada del cuerpo, posiblemente en la cabeza. Lo sabía porque las
gotas a esa altura, al caer al suelo, son más grandes que si están
abajo. Cosas de la gravedad.
Conociendo
esto, supo que el criminal no habría ido muy lejos. Como
investigador jefe de la división Fahrenheit, era consciente de la
importancia de ese caso. Todo esfuerzo era poco. Y fue allí, en la
farola encendida de un sucio callejón, donde lo encontró. Marcos no
lo distinguía muy bien desde esa distancia, pero parecía que,
efectivamente, el origen de la sangre procedía de la cabeza. La
cara, roja de la misma, cansada y macilenta, indicaba que no había
muchas esperanzas en aquel individuo. Los ojos, ya sin brillo,
observaban fijamente la figura que se acercaba a darle caza.
- No
esperaba que fueses a cogerme tan tarde. - Le dijo a Marcos, tosiendo
violentamente, con una leve sonrisa.
El
agente se acerca al herido.
- Ni yo
que te rindieses tan pronto, viejo amigo. Sabes que esto acaba aquí,
¿no? - Contestó el aludido, con un deje de tristeza.
- Sí.
Hazlo rápido. Mejor tú que otro.
Un
momento de titubeo, y, al fin, el jefe de la división Fahrenheit
saca el arma, y apunta a la cabeza. Suena un disparo, expandido su
sonido por el eco.
Con
lágrimas en los ojos, Marcos apunta en su libreta: "14 de
Noviembre a las 12:30 pm. El asesino prófugo ha sido ajusticiado.
Delito producido: Eliminar la coma de un fragmento de La Divina
Comedia. Pena impuesta originalmente por el tribunal: Tortura
ortográfica durante veinte años. Fin del parte policial."
Microrrelato seleccionado en I Concurso de Historias Cortas "Relatos Policíacos", de Letras con Arte.
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