Me senté en la arena. El agua mojaba la planta de los pies, y el sol se había puesto hacía ya rato. Apenas quedaba gente por la playa.
- ¿Crees que cuando hablamos el sonido se lo llevan las olas y luego lo traen aquí, de vuelta a nuestros pies? Ven, acércate. Sé que estás ahí, aunque no hables. Siéntate. - Dije, de espaldas a la otra persona.
Llevaba una mata de pelo negro que se confundía con el color oscuro que iba tomando el cielo, y una sonrisa tímida que se dibujaba en diversas ocasiones. Se sentó, sin decir nada, y se quedó mirando a las olas.
- Hace tiempo que te vengo observando, y no logro entender cuales son tus propósitos. Dime, ¿de qué sirve que yo hable y tú lo hagas solo a veces? Ni siquiera sé si es por ignorancia, dejadez, o hastío. Intento dar un paso y me doy de bruces contra un muro. Que se supone que no está. Escuchar tu propia voz en el eco muchas veces no es bueno, y te diré por qué. Te recuerda que estás solo. Que sigues solo.
Me detengo un momento. Ya no tiene la vista fija en el horizonte. Me mira a mí. Sus ojos tienen un brillo extraño. ¿Interés? ¿Tristeza? No logro descifrarlo.
- Sé que no es algo nuevo, ¿sabes? Pero cuando te das cuenta, es duro. No por el hecho en sí, sino porque quieres cambiarlo, de una forma especial, y ves que no se puede. Y vuelve a aparecer el muro, que solo se salva con las palomas mensajeras. Y tú, estás ahí, presente, y no haces ninguna señal. Me miras, te miro, y dudamos. Porque el mar es peligroso, y nadie quiere tormentas en un naufragio. ¿Dirás algo esta vez? ¿O me hablarás de nuevo con el silencio?
- El mar... Está hoy precioso. ¿No crees? Quizá salga más tarde a navegar. Y quizá te pida que vengas conmigo.
https://youtu.be/JAruwBxhZoI
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