- Eso que cuentas es muy extraño.- Replicó.- Me niego a creer que te muevas entre esos dos polos tan extremos.
- Que sea extraño no quita que sea verdad.- Respondí.- Es como haber estado rodeado de enormes murallas durante muchos años. Fosos, arqueros preparados en las almenas. Todo un ejército bien pertrechado para largos períodos de asedios. Nadie se atreve a entrar. Nadie intenta cruzar el puente. Y, quien lo hace, termina siendo expulsado poco a poco de mis dominios. No me gustan los caballos de Troya. Un abrazo con la soledad, eso es lo que había. Voluntario, agradable. Solo las conexiones de rigor. El saludo educado. El mar de palabras que dice mucho pero que cuenta poco. Había incluso momentos en los que rehuir de la gente era necesario. No siempre, claro. Solo cuando había objetivos concretos y no quería distracciones. Sí, eso es. Rehuía de esas distracciones. No me malinterpretes, en realidad soy extrovertido, aunque si no hay un tema que encaje conmigo, solo gobierna la parquedad. Por eso parezco tan tímido. Tan huraño. A veces no es lo que eres, sino lo que tu alrededor hace de ti. Aunque no importa. Uno se adapta. Fluye por el agua, por pútrida que sea, y se moldea. O perece.
- Hasta ahí bien. Puede ser raro, pero no es increíble. El problema viene cuando me cuentas que todo eso se difumina, se pierde. Se voltea por completo, a causa de una persona que apenas conoces, como si un huracán pudiese llevar al traste todo lo que eres y has sido. ¿Cómo esperas que piense que ese pensamiento es serio?
- ¿Y qué quieres que haga? Ella no era un caballo de Troya. Ni siquiera pasó del puente. Y entonces todo se vino abajo. Con una mirada.
- ¿Con una mirada? ¡Já! Eso no raspa ni la pintura de las almenas.
- No era solo eso. Tiró una piedra al río. Y algo de ella vino a mí a través de las ondas. Un reflejo, una mera sombra de lo que era ella. Y eso bastaba. No era suficiente, pero bastaba. Y toda defensa caía. Siendo sincero, no toda, pero sí la mayor parte. Entonces le contaba cosas que no le contaba a nadie. Le mandaba mensajeros. Ponía todos los esfuerzos en hacer algo alrededor de su figura. De construir dentro algún edificio que no fuese solo para militares o pensadores. Todo se abría, como si fuese algo natural, igual que un chorro de agua al accionar el grifo.
- ¿Y qué ocurrió? - Inquirió, interesado, sin recordar que hace nada había dicho que eso era imposible.
- No lo sé.- Musité.
https://youtu.be/fAgPPoPBXQg
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