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miércoles, 18 de marzo de 2015

Dos copas, por favor

La taberna El Paso estaba como siempre. Luces deprimentes, tapadas por el humo de los cigarrillos. Porque sí, se podía fumar en El Paso, aunque yo soy un talibán del tabaco, bien cierto es. Pero no importa, lo que interesa es lo que ocurrió allí dentro.

La gente se apiñaba en grupos, en la barra, o en la mesa del billar. Allí había de todo. Clientes habituales, macarras de paso, o ingenuos visitantes que desconocían la fama del lugar que pisaban. Si me preguntas a mí, soy como el hijo de este sitio. No tanto, pero casi. Afuera las cosas cambian, pero ahí todo es igual, y eso en parte me gusta. No se nota el paso del tiempo, no te sientes viejo, y los recuerdos te asaltan según el tipo de bebida que te de el camarero, Bill. Todas despiertan cosas, agradables o endiabladamente demoledoras.

Da igual lo lleno que esté el local, siempre tengo libre mi sitio habitual. Un día, un gallito insoportable se sentó ahí, y lo echaron a ostias. No es que a mí me guste la violencia, pero él se lo buscó. Le lanzó el contenido de su vaso a Ladd, el cabecilla de una banda callejera de aquí, que había intercedido por mí. No creo que ese muchacho vuelva, pero más o menos os haréis a la idea de que, aquí, no importa lo que ocurra fuera, todos somos una piña. Un mundo dentro de otro. Es gracioso, ¿no creeis?

- ¿Qué tal todo, Joe? - Me saluda Bill.
- Bien. Ya lo sabes.
- Por supuesto, por supuesto. - Se ríe.
- ¿Qué tienes hoy para mí, viejo zorro?
- Pues hoy me ha llegado una bebida muy extraña, y bastante buena, por cierto. Te regalaré un trago por ser tú.

Bill saca una botella sin seña alguna, blanca, y coge un vaso un echa un par de chorros.
- Toma. Pruébala y me dices.

Cojo el vaso y me bebo el contenido de un trago. La sensación es increíble. No sabría deciros a qué sabe, si lo probáseis lo entenderíais. El estómago se comprime, y el corazón se acelera. La sien en mi cabeza se vuelve loca, y alrededor mía las cosas carecen de importancia. No hay nada igual, os lo juro. Después de esto, cualquier cosa que pruebe me sabrá a tierra y cenizas. Puro veneno. La emoción bombardea los campos de sal y el cuerpo tiembla, sacudido por las sensaciones. La franja de visión se estrecha, y el deseo fluye a flor de piel. Esto se queda grabado, y no hay manera de quitarlo de aquí dentro. Os lo aseguro.

- Esto es increíble Bill. Ponme dos copas de esa mierda, por favor. - Le suplico, sudoroso y jadeante.
- Claro, amigo, como ordenes.

Rellena el vaso que me he bebido, y, cuando he dado buena cuenta de él, vuelve a llenarlo. Tenía el poder de hacer cualquier cosa. Mi cuerpo me pedía acción. Romper cosas, lanzarme a por alguien. Algo. Pero me contuve.

- ¿Cómo decías que se llamaba esa bebida, Bill?
- No te dije el nombre. El que me la vendió dice que se llama "Amor".
- Amor, ¿eh? ¿Y es cara?
- ¿La botella? No. El hombre prácticamente me la dió. Se le veía feliz de desquitarse de ella.
- ¿Por qué? Es todo un manjar.
- Me dijo que, si la bebida no funciona bien, causa efectos secundarios terribles. Heridas muy profundas, dice.
- Pero a mí me ha funcionado bien, ¿no?

¿No?

https://youtu.be/v30RadD_aiI


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