Algo vino y me abrió en dos. Igual que quien se da una ducha, voy desprendiéndome de lo que me mantenía vivo. Dicen que hay que saber soltar, y, no sé si lo estoy haciendo bien, pero me baño en la indiferencia varias horas al día. Al principio resultaba doloroso (aún lo es), y, sin embargo, es liberador. Cortar lazos, matar emociones. Hacerse a la idea de que el único en la nube era yo y que sólo armaba tormentas con mis actos.
Tengo en mis manos la pistola y disfruto ajusticiándome. Apenas quedarán supervivientes después de esta masacre. La sangre me resbala sobre una sonrisa incansable: cada martillazo en el tambor sabe que di todo lo que me dejaron ofrecer. Sé que esto acaba con una era, y lo que viene es tan extraño como estable. Una pared, una cabeza que asiente y escucha. El olvido y el entierro de ideas y construcciones.
Ya no vibra mi cuerpo con su voz, los puentes que arden lo hacen para siempre. No me importa ser una línea paralela, la caja de resonancia, el reflejo de lo que quise y hoy no deseo. Ya no voy tras estela alguna, ni pediré nada. He sabido ver que mi valor es el de una canica de barro. No quiero sembrar más en eriales, daré en proporción a lo que viertan sobre mí.
Quién sabe, es posible que hasta disfrute con esto. Creí que nunca podría quitarme las cadenas, y sentirlas caer, notar que puedo coger un martillo y empezar a romper todo lo que no existía es una sensación maravillosa a la par que horrible. He empezado a deshacerme de lo que soy, sin olvidarme de los pasos que he dado, de los dardos que he lanzado.
Como diría Fito Cabrales, ahora sé que nunca volveré.
https://youtu.be/ajIiEnKtxlQ
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