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martes, 5 de junio de 2018

Fuegos invisibles

Dicen que soy una bomba a punto de estallar, nitroglicerina en movimiento y un reguero de pólvora que alcanza más allá de la vista. Puede que tengan razón, y que algo en mí se libera y estalla. Pero te diré una cosa. No soy yo quien enciende la mecha.

Y, una vez la enciendes, me las arreglo para que cada explosión sea de colores. Salgan una, dos o tres salvas, de mí saldrán disparadas miles de formas, cientos de luces. Me quedaré mirando y me daré cuenta de que, para lo que unos quema, para otros ilumina, no sólo la vista, sino también la vida. He descubierto que mi humo puede ahogar al tiempo que otras personas sólo quieren vivir respirándolo.

Puedo ser fuego pero nunca prendo si no intentas siquiera crear una chispa en mí. Es cierto que cuando más brillo es en la oscuridad, pero hay quien me ve incluso a la luz del día, cuando nadie quiere mirar, ni siquiera cuando se escuchan los petardazos.

Es cierto que, lo mismo que aparece todo, se desvanece al poco rato. Pero cada disparo, cada instante, se queda grabado en la retina. Y lo que permanecen son hebras. Miles de hebras que caen en cascada y forman hilos. Algunos, negros, están destinados a arder. Otros, apenas entretejidos, no se sabe qué será de ellos. Quedarán los robustos, los que saben de qué va esta historia. Y, quizá, en la distancia, exista uno de color rojo.

Y, si no prende esa chispa, todo el cielo permanecerá en penumbra.

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