El día más feliz de todos también puede ser el más triste. La balanza tarda poco en ejercer el equilibrio y los imperios de arena caen de un soplido. Es cierto que vivimos estos años yendo y viniendo, como si nada, pero jamás los ríos fueron tan profundos ni los lazos tan estrechos. Se desata el nudo de dos barcas en medio de ninguna parte. Quizá se ha cortado. O tal vez la leyenda es cierta y la lejanía sólo es el pago por comprobar si lo eterno dura un segundo o no. Se quiebra y se rompe lo que alguna vez creí, y me dirijo a un viaje que no sé lo que traerá. Me quedo con la sensación de marchitar todo lo que toco y de no intentar nada más, encerrarme bajo trece candados y que me desgaste el tiempo hasta que no quede nada.
Tengo claro que no volveré a ser el mismo.
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