Todos buscamos nuestro lugar en aquello que nos rodea. Ser partícipes de forma activa, adquirir un segundo plano, ser un mecanismo apenas relevante y habitual (como el que adquiere la gente que ves pasar por la calle), etc.
El caso es que ha surgido una cara en mí que siempre uno guarda, que se activa en momentos extraños, quizá especiales. Se sentó al lado una desconocida, que, no era atractiva en el sentido rígido de la palabra, sino que guardaba esa belleza reservada a la aparente inocencia, un halo de curiosas características, que hacía difícil ignorar su presencia.
En el espacio de una hora nos limitamos a permanecer callados, haciendo nuestras cosas, si bien, de vez en cuando la mirada se desviaba. Quizá era inevitable, pues había algo que se salía de lo normal en todo aquello.
Pasaron muchas cosas. Una de ellas fue que, decidí que ese episodio no iba a engrosar una larga lista de casualidades abandonadas, y, la segunda, era la idea de que, al igual que se pueden controlar a los personajes que creamos, también podemos controlar nosotros la situación. Es cierto que se limita solo a la nuestra, pero es muy importante ese hecho.
Fue entonces, y solo entonces, cuando, al romper la barrera del silencio, se estableció un vínculo espontáneo. Pero ya no era una casualidad, sino una causalidad. Ya no era un mecanismo secundario. Decidí hacer de la historia un papel relevante.
Y, al menos, puedo decir que empezó bien.
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