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miércoles, 1 de julio de 2015

El asesino de obras

Marcos siguió el rastro de la sangre. La herida debía estar en una parte elevada del cuerpo, posiblemente en la cabeza. Lo sabía porque las gotas a esa altura, al caer al suelo, son más grandes que si están abajo. Cosas de la gravedad.

Conociendo esto, supo que el criminal no habría ido muy lejos. Como investigador jefe de la división Fahrenheit, era consciente de la importancia de ese caso. Todo esfuerzo era poco. Y fue allí, en la farola encendida de un sucio callejón, donde lo encontró. Marcos no lo distinguía muy bien desde esa distancia, pero parecía que, efectivamente, el origen de la sangre procedía de la cabeza. La cara, roja de la misma, cansada y macilenta, indicaba que no había muchas esperanzas en aquel individuo. Los ojos, ya sin brillo, observaban fijamente la figura que se acercaba a darle caza.

- No esperaba que fueses a cogerme tan tarde. - Le dijo a Marcos, tosiendo violentamente, con una leve sonrisa.

El agente se acerca al herido.

- Ni yo que te rindieses tan pronto, viejo amigo. Sabes que esto acaba aquí, ¿no? - Contestó el aludido, con un deje de tristeza.

- Sí. Hazlo rápido. Mejor tú que otro.

Un momento de titubeo, y, al fin, el jefe de la división Fahrenheit saca el arma, y apunta a la cabeza. Suena un disparo, expandido su sonido por el eco.

Con lágrimas en los ojos, Marcos apunta en su libreta: "14 de Noviembre a las 12:30 pm. El asesino prófugo ha sido ajusticiado. Delito producido: Eliminar la coma de un fragmento de La Divina Comedia. Pena impuesta originalmente por el tribunal: Tortura ortográfica durante veinte años. Fin del parte policial." 


Microrrelato seleccionado en I Concurso de Historias Cortas "Relatos Policíacos", de Letras con Arte. 

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