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viernes, 18 de agosto de 2017

Nada

Me senté en la tierra, bajo el sol abrasante, y cogí arena con las manos. Las palmas me ardían, así que dejé de jugar con los granitos marrones. Me detuve un momento para mirar a mi alrededor. No había nada. El mismo paisaje se repetía hasta donde me alcanzaba la vista, un terreno yermo y vacío donde no podía crecer ningún tipo de vida.

Sentí una brisa a mis espaldas, y unas manos suaves tocaron mi piel. Escuché una risa que antes atravesaba kilómetros para llegar a mis oídos. Un olor desconocido se desprendía, y al instante lo sentí cercano, como si hubiera convivido conmigo con el paso del tiempo.

Un rumor sordo inundó el estéril valle. Del manto terrestre surgieron briznas de hierba, húmedas, y numerosos árboles frutales. Naranjos, limoneros y granados. El aroma del jazmín se hizo latente, inundando los sentidos. Tuve que frotarme los ojos. Aquello no podía ser posible. De las entrañas del mundo surgió un río que se quedó a mi izquierda, como si durante toda la eternidad hubiese estado allí.

Unos labios tocan mi rostro, un cuerpo se coloca en mi parte trasera, y unos brazos se cuelgan y rodean con dulzura mi cuello. No veo su cara, pero sé quién es. Acaso esa misma persona creó ese jardín e hizo aparecer el río. Una voz que ahoga en alegría susurró.

- Yo no he creado nada. Tu incertidumbre es la mía.

Pájaros que cantan. Brisa fresca que reta al sol. El ramaje frotándose. Pequeños leones jugando. No entendía lo que ocurría, pero allí estaba. Bajo mis pies, atravesando mis ojos. No pude evitar mirar atrás.
Una casa se alzaba, hecha de ladrillo. Un jardín exterior, con camino de piedras y fuentes inagotables, daban la bienvenida. Decidí entrar. Paso a paso, el ambiente a mi alrededor cambiaba, y algo acogedor me arropaba y animaba. Una enorme puerta con aldabas de madera me detuvieron. No tuve que llamar. Como si me reconociera, se abrió.

Una figura se encontraba sentada, al fondo, con una sombra que tapaba su silueta. Aunque yo sabía quién era. El suelo era mármol, y unas cristaleras reflejaban toda la luz a una parte central de la entrada. Pude ver unas largas escaleras, sinuosas, que se dirigían a una planta superior.

- Gracias por invitarme.- Dije.

- Este lugar no es mío. Creí que me habías dejado pasar tú.

- Entonces, ¿de quién es?

- Tal vez sea de los dos. Tal vez de nadie.

- ¿Te quedarás aquí?

- Es muy probable.

- ¿Qué crees que pasaría con todo esto si nos fuéramos?

- Nada.

https://youtu.be/XLAX_qjdlm8

 

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