Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...

viernes, 4 de diciembre de 2015

El día de la sangre

Aviso a aquellas personas que sean muy sensibles de que el contenido siguiente puede ser desagradable, puesto que describe rituales como el de la taurobolia.


24 de marzo del 83. Turris Campus. 


En un templo apartado del núcleo urbano, se reúne un grupo importante de gente. Desde la parte central, el galli principal incia su discurso, ante la atenta mirada de todos. Los allí presentes portan una máscara.


- ¡Hijos y fieles de la diosa Cibeles, ya sabéis que Domiciano ha ordenado la prohibición del Día de la sangre, pero no debéis preocuparos! Yo, Décimo Adriano Claudius, os garantizo la continuidad de este rito vital para el favor de la diosa. ¡Aaah, aún recuerdo el placer que sentí cuando realicé el rito hace ya 10 años! Atis me miró, satisfecho, cuando le entregué mi miembro tras la castración. Parecía querer decir: Dámela toda, Adriano, ha de ser mía. Y a cambio de ese miserable regalo, Atis me concedió largos minutos de conversación con su figura. Desde entonces, en este día, los que ya no disponemos de esa herramienta inútil, animamos a los novicios a adentrarse en el terreno del placer, mientras nosotros acompañamos su felicidad flagelándonos y dando gustosos nuestra sangre a Cibeles y Atis.

La gente guardaba silencio, con respeto. Parecía que seguiría el discurso, pero la puerta se abrió de repente. Un hombre entró jadeando. Adriano cambió el tema de la conversación.

- ¿Qué ocurre, mi buen esclavo José Carlos?

- Me... Me temo que hay infiltrados del ejército aquí, amo Adriano. No debéis dejar que salga nadie.

- ¡Cerrad las puertas! Esto no puede ser, establecimos un santo y seña ayer. Muy bien, formad una fila, e ireis diciéndome al oído la contraseña.

Así se hizo. Uno a uno fueron pasando por manos del sacerdote. Miguel Ángel Calvus estaba sudando. Le habían ordenado obtener toda la información posible sobre los allí reunidos. Y, aunque él adoraba al dios Mitra, que mantenía cierta relación con lo que allí se hacía, aquel espectáculo le repugnaba. Estaba seguro de que sabía el santo y seña, pero, ¿y si lo cazaban? ¿Qué harían con él?

Llegó el turno de Calvus, y, hablando bajito en el oído de Adriano, susurró:

- Quiero tocar tu Jackson.

Una sonrisa malévola asomó en el rostro de Adriano. Miguel Ángel sudaba a mares.

- ¡Queridos amigos, decid en voz alta la contraseña, para que este hombre de aquí la conozca! - Exclamó el galli superior, al tiempo que quitaba la máscara de Calvus, y quedaba su rostro al descubierto.

Entonces, en un solo clamor, se escuchó: ¡Quien a hierro mata, a hierro muere!

- ¿Qué haremos ahora, amo? - Inquirió José Carlos.

- No queda más remedio que incluirlo en el ritual. Convertirlo en uno de los nuestros.

- ¿Vais a hacer que me corte el pájaro? - Preguntó Miguel Ángel, gimoteando, toda hombría desechada.

- No. No... Puesto que la ley lo prohibe, y no podemos obligar a un soldado romano a hacer eso. Dime, ¿qué religión profesas?

- Adoro a Mitra... - Respondió, aún sin terminar de creer lo que escuchaba.

- A Mitra, ¿eh? Bien. ¡Que traigan al toro Tori y un tablón de madera!

- ¿Qué piensa hacer? - Inquirió uno de los galli.

- Veréis, este templo tiene un receptáculo cuadrado, por debajo del nivel del suelo, donde cabe una persona. A él no le haremos derramar sangre, pero el rito debe cumplirse. Debe renacer de la muerte, y para ello necesitaremos a Tori.

Al poco rato llegaron con el morlaco, una mala bestia, con cara de tonto pero con una sangre retorcida y sin una idea buena. De tablón usaron una mesa que estaba en la estancia.

- Traedme aquí al soldado. Tumbadlo en el hoyo. Así. Ahora quitadle las patas a la mesa, necesito que no tenga nada, que sea lisa.

Así lo hicieron y se quedó un simple rectángulo de madera.

- Bien. Tapad el agujero con él y poned encima al toro. Así. Sujetadlo.

Adriano, con una daga en la mano, se acerca al bicho, ya de por sí resabiao, y retrocede un poco cuando lo llena de saliva.

- ¡Toma para ti, oh Atis, oh Cibeles, oh Mitra, la sangre de este noble animal, y que de su muerte renazca un siervo fiel, iluminado por vuestra luz!

De un solo tajo degüella al animal, que se desploma sin hacer ruido, mientras la sangre cae por su garganta y penetra en el agujero, llenándolo todo con ese líquido viscoso y rojizo que es la sangre, bañando a Miguel Ángel. Se esperan hasta que la sangre deja de fluir, y, entonces, retiran al animal y quitan el tablón.

El soldado Calvus está empapado, como es obvio, pero más tranquilo después de saber que su espada de carne no iba a formar parte de las ofrendas a Atis. Aquello le parecía más razonable.

- ¿Y ahora qué? - Inquirió Miguel Ángel.

- ¿Ahora? Lavarte hasta que toda la sangre se vaya, entonces serás una persona nueva a ojos de los dioses, y uno de los nuestros...


A petición de Adriano; muchas felicidades compañero.




No hay comentarios:

Publicar un comentario