Vi arder la sombra de lo que era a través del cristal de un viejo vehículo. Unos ojos oscuros me miraron, seguros, mientras el cuerpo se envolvía en llamas. Ahora no conozco ningún camino. Me siento en un banco del parque y finjo que me lamento. ¿Por qué será que siempre luchamos por conseguir lo que no se puede lograr? Alguna parte de nuestro código genético disfruta con el dolor, estoy seguro. Y sé que no existen niveles más allá del actual. Por muchos puntos que se sumen, el estado permanecerá de esta manera. Y, aún así, me empeño en sumarlos. Gano felicidad, y, a veces, eso basta para seguir respirando.
Es verdad que hay días en los que la tristeza me hunde, igual que se hunden las penas en el alcohol. A veces quiero ser otro cuerpo, estar sentado en otro lugar. Existen personas geniales más cerca de lo que imaginan, pero más lejos de lo que quisiera. Y hay gente que no puede verlo aunque tengan delante ese trozo de luz. ¿Comprenden ahora mi rabia, mi pena?
Y cierro los ojos e intento comprender lo que sucede. ¿Por qué algo tan intenso me hace estar tan calmado? Imaginen la fuerza de un terremoto manifestada en forma de una brisa veraniega. Es verdad que me gustaría tocar el cuerpo que hay, sentir los labios que busco. Pero no lo necesito. Lo único que anhelo son sus palabras, su forma de ser. Me da igual el recipiente que las contenga. He encontrado la belleza y no tiene rostro, aunque sí nombre. He encontrado una escalera eterna por la que subir, en la que no tiene cabida el cansancio.
Sé que será otro corazón el que se junte con el suyo, y que seguramente otra vida haga con la suya un lazo. Yo nunca tuve la suerte de mi parte. Sin embargo, me siento afortunado. Siento como mías sus hazañas y sus desventuras. Veo el mundo de otro color, aunque siga siendo gris. Y agradezco con cada rincón de mi ser lo que significa en cada poro de esta piel ver a los cometas pasar.
Ojalá algún día sepas lo que estas palabras encierran.
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