- He vuelto a hacerlo. Lo he dejado.
- ¿Por qué?
- No sabría decirte. Podría echarle toda la culpa a otra persona pero...
- ¿Pero?
-
Tal vez sea problema mío. Nunca me abro lo suficiente, y la
comunicación en ese ámbito se me hace complicada. Y la razón es que
necesito que la otra parte del juego también se vuelque como yo. Sin
embargo, eso nunca ocurre. Pierdo las ganas, a pesar de que una parte de
mí quiere proyectar aquello que siente alrededor de dicha persona.
- ¿No revelas tus sentimientos?
-
No. No es eso. Lo hago. Únicamente si veo algo de interés en ese
ámbito. Y, por desgracia, todo se diluye. Lo que podría resultar un
empujón hacia la felicidad, se transforma en una escalera a la tristeza.
El rechazo me hace temblar de pavor, y las acciones se vuelven
inseguras.
- ¿Qué provoca eso?
- El silencio. Ante mis
palabras, las respuestas que obtengo son un amargo cuchillo cubierto de
silencio. No importa qué. Ni quién. Al final, lo que acaba rodeando mi
vida no son las palabras, sino la ausencia de ellas.
Pausa.
- Una soledad que me aísla cada vez más.
Seleccionado en Concurso de Relatos "Sentimientos II", de Letras con Arte.
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