Apareció un día en el que quería no existir. Me recordaba a una canción de Radiohead, titulada "How to disappear completely". Y, al igual que me ocurrió con el ritmo de la música, acabé por aficionarme a ella. Otro ultra más en la hinchada, observando sus movimientos a lo lejos.
Y me siento aquí, en el estadio, un lugar casi vacío. La veo a ella pasear con el poni, y enfrentarse a vallas de hípica más altas de lo que le gustaría. Pelea, pero a veces el aburrimiento y el hastío pueden ser más fuertes que todo lo demás. Quizá no sea su culpa. Tal vez sus alicientes se encuentran en otras plazas, en otras orillas.
De vez en cuando regatea a la mala suerte. Pero ya no es esa chica triste. Tal vez tiene sus malas rachas, como todos, pero no quiere desaparecer, ni tampoco lo hará. Si lo hiciese, el mar que pisan sus pies se secaría, y sólo quedaría la sal.
Y, dime, ¿quién va a querer bañarse en la sal pudiendo ahogarse en sus ojos?
Muchas felicidades María :33
Bienvenido a un mundo tan abstracto como lo que pasa por mi cabeza. Literatura rompecabezas que significa cualquier cosa menos la que es. O puede que veas la realidad.
jueves, 21 de julio de 2016
miércoles, 20 de julio de 2016
El ruido más doloroso
- He vuelto a hacerlo. Lo he dejado.
- ¿Por qué?
- No sabría decirte. Podría echarle toda la culpa a otra persona pero...
- ¿Pero?
- Tal vez sea problema mío. Nunca me abro lo suficiente, y la comunicación en ese ámbito se me hace complicada. Y la razón es que necesito que la otra parte del juego también se vuelque como yo. Sin embargo, eso nunca ocurre. Pierdo las ganas, a pesar de que una parte de mí quiere proyectar aquello que siente alrededor de dicha persona.
- ¿No revelas tus sentimientos?
- No. No es eso. Lo hago. Únicamente si veo algo de interés en ese ámbito. Y, por desgracia, todo se diluye. Lo que podría resultar un empujón hacia la felicidad, se transforma en una escalera a la tristeza. El rechazo me hace temblar de pavor, y las acciones se vuelven inseguras.
- ¿Qué provoca eso?
- El silencio. Ante mis palabras, las respuestas que obtengo son un amargo cuchillo cubierto de silencio. No importa qué. Ni quién. Al final, lo que acaba rodeando mi vida no son las palabras, sino la ausencia de ellas.
Pausa.
- Una soledad que me aísla cada vez más.
Seleccionado en Concurso de Relatos "Sentimientos II", de Letras con Arte.
- ¿Por qué?
- No sabría decirte. Podría echarle toda la culpa a otra persona pero...
- ¿Pero?
- Tal vez sea problema mío. Nunca me abro lo suficiente, y la comunicación en ese ámbito se me hace complicada. Y la razón es que necesito que la otra parte del juego también se vuelque como yo. Sin embargo, eso nunca ocurre. Pierdo las ganas, a pesar de que una parte de mí quiere proyectar aquello que siente alrededor de dicha persona.
- ¿No revelas tus sentimientos?
- No. No es eso. Lo hago. Únicamente si veo algo de interés en ese ámbito. Y, por desgracia, todo se diluye. Lo que podría resultar un empujón hacia la felicidad, se transforma en una escalera a la tristeza. El rechazo me hace temblar de pavor, y las acciones se vuelven inseguras.
- ¿Qué provoca eso?
- El silencio. Ante mis palabras, las respuestas que obtengo son un amargo cuchillo cubierto de silencio. No importa qué. Ni quién. Al final, lo que acaba rodeando mi vida no son las palabras, sino la ausencia de ellas.
Pausa.
- Una soledad que me aísla cada vez más.
Seleccionado en Concurso de Relatos "Sentimientos II", de Letras con Arte.
martes, 19 de julio de 2016
Huellas enterradas
Nunca había cogido un tren. Aquel día
lo hice. Fui a parar a una ciudad que engullía a la gente entre sus
fauces. Tú ya me habías visto antes, en las diminutas salas de lo
que yo podía ofrecerte. Solías decirme que era un regalo de
cumpleaños que te había hecho tu madre, y, sin embargo, para mí también lo
fue.
Se paró el reloj en el andén, aunque
tú nunca te diste cuenta. Estoy seguro de que sin ti me habría
perdido entre la marea de gente y los laberintos artificiales. Los
parques eran una constante en nuestras rutas, y el colorido que le
faltaba al verde de la zona lo llenaban tus ojos y tu sonrisa.
Siempre nos quedábamos fuera de los palacios, viendo la fachada y a
los guardias, porque sabíamos que algo tan grande sólo podía
guardar frialdad en el interior.
Recuerdo las flores cerradas, las
veladas nocturnas y las risas haciendo eco. Pero tuve que marcharme,
y ya no volví a verte. Las olas me traían tu nombre, y las cartas
que nunca escribimos quedaron en la memoria. Tuve que aprender a ser
la persona solitaria que era, despegarme de la ausencia.
No funcionó por completo, ya lo ves,
sigo aquí años después, pensando en ti y en lo que pudo haber
sido. El amor que trepa por las ramas no es aquella explosión de
fuego y agua, sino un apacible río que jamás se seca ni se
desborda. Un sentimiento de cariño frente a la locura del abandono.
Y sé que las palabras ya no acarician
como antes, y que el pulso no vibra de la misma manera. Podría decir
que son restos de edificios más grandes lo que contemplo, aunque me
estaría engañando. Porque los recuerdos se pierden por el camino, y
lo que se rompe lo tiramos.
Ninguna de las dos cosas ocurrió aquí
dentro.
Seleccionado en el Concurso de relatos "Recuerdos", de Letras con Arte.
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