Hoy han venido otra vez los camiones
que dan comida. Khamal dice que no aguanta más y que quiere volver a
casa. Papá le riñe y le contesta que es imposible. Es algo que se
repite casi todos los días. Lo peor de estar aquí no es el frío
que tengo a veces, cuando llueve y se moja el suelo de la tienda; ni el hambre. Es la sensación de estar en una
rueda que no cesa de girar.
Juego junto a los demás niños del
campamento con los alambres y los palos que encontramos, aunque ya
nadie quiere imitar una guerra medieval. Hacemos figuras en el suelo
e imaginamos que estamos de nuevo en casa. Shamira nos contó que la
suya había sido destruida por las bombas, y que sus padres habían
muerto en el derrumbe. Se pudo venir con su tío Hasam montada en
unos barcos pequeños, donde estaban muy apretados.
Por las noches escucho a algunos
adultos llorar, mientras los bebés se mantienen callados. No sé qué
nos retiene aquí, pero papá nos dice que hay que esperar, que ahora
mismo no podemos irnos a una nueva casa en Europa.
Es todo muy extraño, ¿sabes? Sucedió
de golpe. Yo tenía una vida normal en Deir Ezzor, hasta que un día
mi padre llegó a casa, acelerado, y nos dijo que nos teníamos que
ir. A mamá le habían disparado por la calle.
Ahora me pregunto si algún día podré
irme de aquí...
"Nos vemos en la alambrada".
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