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viernes, 8 de abril de 2016

Aún permanezco

He cambiado los muñecos de la fortuna por una senda que sigue en línea recta, un paisaje que, si bien cambia, no muestra nada diferente. Si llueve, abro un paraguas; si hace sol, voy ligero de ropa. Nada me detiene, ni tampoco yo detengo a nadie en el camino.

Aprendo cosas, pero una termita carcome el nido, pues la sensación de que otras posibles situaciones proporcionan un abanico más amplio de experiencias inunda el suelo. No me pierdo en otros ojos. Ningún faro ilumina los míos. Los personajes cumplen su función fuera de las fronteras que ya he dejado de defender, ante la triste situación de aridez que pueblan los dominios interiores.

Giran y giran los cambios alrededor de un cuerpo que no avanza, ni se detiene. Y volveré a notar en la piel unas órbitas que atraen a la vez que rechazan, donde las emociones un día florecieron y fueron aplastadas por el zapato del miedo.

No me siento solo, es cierto, a pesar de que la soledad vigila la puerta y duerme en mi cama. Sigo construyendo mis murallas, dejando de lado aquellos gigantes con pies de barro que se rompían al poco de echar a andar. Sé lo que busco, pero no lo encuentro. También sé que dejar de buscar no sirve, porque nada cae del cielo, salvo, tal vez, el agua.

Habrá que aprovechar aquello que nos mantiene a salvo.

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