Aún hoy me acuerdo, después de tantos años. La
biblioteca estaba situada por aquel entonces en el edificio de la
radio, en la calle Coronada. Yo no tendría más de nueve años, poco
más o menos, y, sin compañía, me iba allí por las tardes. Veía
a la gente en la puerta, con el balón de fútbol. Sin embargo, me
llamaba mucho más perderme entre los libros.
- Hoy has llegado más tarde de lo normal, ¿qué has
estado haciendo?- Me sonrió la bibliotecaria.
- Tenía algunos deberes y hasta que no los acabase no
podía bajar.- Respondí.
- Muy bien. ¿Qué vas a leer hoy?
- No lo sé. Ahora después me decido.
Se acercaba el verano. En el suelo se veían hormigas
correteando, aunque a mí no me importaba demasiado. Fui a la sección
infantil y cogí un libro sobre Toy Story, con la tapa gruesa, de
color azul, y me senté a leerlo.
No lo notaba entonces, pero allí siempre estábamos
nosotros dos, y raramente alguien más. Seba y yo. Yo y Seba. ¿Se
sentiría sola? Aquel lugar te absorbía. Solitario, silencioso, y,
echando la vista atrás, algo desolador.
No percibía los cambios. Yo no sabía que aquella
persona con la que compartía tantos días, que era una amiga
desconocida y alegre, pudiera estar luchando por dentro. Ni se me
ocurría pensar que estuviese enferma. Entre otras cosas porque sabía
disimularlo bien, y yo sólo era un niño inocente con el único
ansia de acabar un libro tras otro.
- Hoy me iré antes otra vez, van a ir a mi casa, porque
quiero cambiar los muebles y tengo que estar allí. No pasa nada,
¿verdad? - Inquirió, con su sonrisa de siempre.
- No. No pasa nada.
¿Qué iba a responderle? Ella mandaba. Aquella
situación se daba varias veces, no era la única. Aunque claro, yo
no me percataba de nada inusual. Después me daría cuenta de que en
realidad, esos días, tenía que ir al médico, y, para no
preocuparme, me contaba lo de los muebles.
¿En qué pensaría ella? Se quedaba sentada en su lugar
de trabajo, y escribía. De vez en cuando levantaba la cabeza para
observarme. ¿Supuse algún cambio en su día a día? Son muchas
preguntas las que surgen y que nunca serán respondidas. La niebla de
los recuerdos es espesa, aunque aún pueda ver algo a través de la
ventana en mi memoria.
No puedo sino sentir admiración por una persona que, en
realidad, apenas conocía, a pesar del montón de horas que pasábamos
juntos en la misma habitación. Porque ella podía haber hecho otras
cosas. No sé, darse la buena vida. Hacer una locura. Y, sin embargo,
siguió haciendo su vida normalmente. Le abría las puertas de
numerosos mundos a aquel niño que apenas sabía nada de lo que le
rodeaba, y tapaba los agujeros oscuros de la realidad. Sabía
disimular los horrores y blindaba la imaginación con su sonrisa.
Seba y su sonrisa. Quizá fuese un poco triste cuando pienso en
perspectiva, pero era bastante cálida. Sobre todo para alguien que
solía estar con un rostro serio en su trabajo. Todavía hoy me gusta
pensar que ella sí me conocía, que intuía lo que podía gustarle a
aquel niño que iba allí a hacerle compañía. Y que disfrutaba con
ello.
La biblioteca era una zona aislada de lo que ocurría
fuera. Una especie de cámara hermética en la que no transcurrían
las horas, y el único espacio existente era aquella sala, tal es el
poder de las palabras. Todo lo que allí se respiraba era una
condensación de las eras. Estabas a mano con cualquier año.
Vestigios de otras épocas, personajes que nunca existieron y que
retoman vida durante unas horas. Animales hablando, poniendo boca
abajo las limitaciones propias de lo real. No importa qué, en un
papel la extensión de la mente es infinita. Quizá por eso Seba
seguía yendo allí. Quizá necesitaba apartarse de todo, y, entre
aquellas cuatro paredes, encontraba el respiro y el olvido
necesarios. Nunca lo sabré. Porque ella me mostró con una mano el
universo de la inocencia, mientras que, con la otra, hacía que me
adentrase en el espejo laberíntico de los libros. Podría pensar que
me engañaba, para protegerme del afilado cuchillo de la vida, pero,
al mismo tiempo, me contaba la verdad. Ninguna de sus alegrías
esporádicas eran mentira. Ni tampoco lo era aquel lazo que nunca
supe ver, el que une a dos extraños que aman las letras.
Quizá lo más curioso de todo es, que si hoy pudiese
volver atrás y ser aquel niño de antaño, no le haría ninguna
pregunta, ni buscaría desentrañar sus pensamientos. Sólo le diría
una palabra. Una sola.
<<Gracias>>
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