Escucho canciones desconocidas en la distancia. Suenan bien, pero no pueden las notas ser rozadas. Un idioma extraño, de tierras desconocidas, dormitando sobre la cama de un sueño lejano. No, lo siento, las palabras no pueden abrir brechas en el suelo, ni tampoco cerrarlas.
Las palabras son mentiras, ilusiones, deseos, y un rastro de melancolía flotando entre la felicidad. Una mano no puede tocar a la otra, y los frágiles puentes de cristal se hacen añicos bajo el peso de la realidad.
Lo siento, ya caerán sobre ti las legiones de los espartiatas, aliados más cercanos, y más feroces que mi escudo de hojas y mi espada de papel. No derramé más sangre que la de una herida, y en tu caso solo caerá al suelo el tintero.
Seguiré abriendo los brazos a esta curiosa experiencia, donde la soledad se difumina de la mano de un juego en el que, se sabe, ya está todo perdido de antemano, y solo queda intentar ganar alguna ronda.
Lo siento, seguirán cayendo las flechas de cartón sobre tu corazón, ese país envuelto siempre en la misma guerra civil.
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